La industria del chicle se enfrenta a su deuda pendiente: decir adiós al plástico

La mayoría de chicles comerciales contienen derivados plásticos en su base, un detalle poco conocido que abre el debate sobre alternativas más sostenibles

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Joana Costa

Editor

Para sorpresa de nadie el debate del uso de plástico en la comida ha llegado a los chicles. En pleno siglo XXI, cuando la conciencia ambiental crece a pasos agigantados, surge una interrogante sobre cuánta contaminación generamos incluso con lo que masticamos. Pues bien, la mayoría de los chicles contienen plástico oculto bajo el nombre genérico de “gum base”, lo que plantea un serio reto para salud pública y medio ambiente. 

Aunque el chicle parezca un producto trivial, su impacto es mucho mayor de lo que se imagina. Cada pieza puede liberar más de 250.000 microplásticos al cuerpo humano al masticarlo; y cuando se desecha, puede permanecer en suelos y aguas por cientos de años. Es decir, esa goma pegada a una farola no es tan baladí como pueda parecer.

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Frente a esta realidad, fabricantes, consumidores y autoridades están empezando a cuestionar el status quo. La propuesta no es simplemente cambiar un producto, sino replantear una cadena entera: ingredientes, etiquetado, regulación y percepción pública. El desafío ahora es si puede el mercado del chicle volverse verdaderamente libre de plásticos y cuáles son los obstáculos técnicos y económicos de esta revolución.

De hecho, el principal problema radica en la “gum base”: esa parte del chicle que le da elasticidad, textura y capacidad para masticarse durante varios minutos. Esa base suele estar compuesta por polímeros sintéticos que son esencialmente plásticos, lo que significa que al masticar, productos de degradación microscópica —micro- y nanoplásticos— pueden liberarse. 

Investigadores han evidenciado que una sola pieza de chicle sintético puede liberar cientos de miles de microplásticos al organismo. Además, los restos de chicle arrojados al medio ambiente permanecen altamente persistentes, resistiendo años, décadas o siglos antes de degradarse. 

Más sostenibilidad: los fabricantes mueven ficha

Este escenario ha generado una respuesta creciente de consumidores que demandan productos más transparentes y sostenibles, y de empresas que empiezan a ofrecer alternativas. Marcas como Milliways, True Gum, Nuud o Chewsy están apostando por bases naturales (goma de árbol, resinas vegetales, etc.), con formulaciones que eliminen los polímeros sintéticos, según publica Food Navigator.

El mercado del chicle libre de plásticos, aunque aún pequeño, ya muestra un crecimiento notable: de aproximadamente USD 132 millones se proyecta que alcance los 242 millones hacia 2031.  No obstante, hay desafíos: las bases naturales suelen ser más costosas, su textura puede variar, el sabor y la durabilidad pueden no equivaler a los productos convencionales, y existe la necesidad de investigación y desarrollo extenso para lograr equivalentes aceptables para el consumidor. 

Desde el punto de vista regulatorio, algunos gobiernos (como el Reino Unido) ya están contemplando leyes para que los fabricantes sean obligados a declarar si su chicle contiene plásticos en la base, y para limitar su uso. Esto podría obligar a toda la industria a adoptar alternativas o rendir cuentas ante consumidores cada vez más informados. 

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El movimiento hacia chicles libres de plástico no sólo es una moda: responde a una necesidad ecológica, sanitaria y ética. Sustituir la base plástica convencional por alternativas vegetales representa una forma concreta de reducir contaminación invisible, proteger ecosistemas y disminuir la carga de microplásticos para los seres humanos.

Pero el camino no será sencillo. Hay retos técnicos, económicos y de aceptación del consumidor: lograr que el sabor, la textura, el precio y la durabilidad sean comparables a los chicles tradicionales. También se necesita voluntad política para regular ingredientes ocultos y fomentar transparencia en el etiquetado.

Si las empresas, los legisladores y los consumidores avanzan juntos, es probable que dentro de pocos años los chicles sintéticos sean vistos como reductos del pasado. Y que lo que ahora parece un pequeño cambio —quitar plásticos de algo que simplemente masticamos— se convierta en otro paso importante hacia productos verdaderamente sostenibles.

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