La zanahoria no avisa. Crece bajo tierra, discreta, sin señales evidentes de madurez. No hay un sonido característico ni un cambio de color visible. Solo unas hojas que, a veces, confunden más que orientan. Por eso, saber cuándo cosechar es clave y delicado.
Muchos aficionados se lanzan antes de tiempo, arrancando raíces finas o insípidas. Otros esperan tanto que acaban masticando madera. El punto justo existe, pero no aparece por arte de magia. Hay que saber pillarlo. Este requiere observar, tocar, medir, y sobre todo entender el ritmo subterráneo de la planta.
Observar la base
En general, las zanahorias están listas entre 60 y 80 días tras la siembra. Pero este margen varía según clima, variedad y tipo de suelo. Lo que sí es constante es que una zanahoria madura suele tener un grosor notable en la base del tallo, visible justo donde emerge la corona verde.
También conviene revisar el tamaño con una ligera excavación lateral. Nada invasivo, muy cerca de la planta y solo lo justo para comprobar si el bulbo ha alcanzado unos 2 o 3 centímetros de diámetro. Si es así, ya puedes preparar la cesta.

El sabor, además, mejora con las temperaturas frescas. En otoño o primavera, los azúcares se concentran más. En verano, en cambio, pueden perder intensidad o volverse demasiado fibrosas.
No se arrancan
Asimismo, no es recomendable tirar de las hojas como si fuera una competición de fuerza. Lo ideal es aflojar el terreno con una pala o una mano firme. Así evitas que se partan y conservas intacta la estructura comestible.
Una vez fuera, la zanahoria necesita un lavado suave y secado inmediato. Nunca la guardes húmeda: el moho adora la humedad mal gestionada. En la nevera, bien seca y dentro de una bolsa perforada, puede durar semanas sin perder textura ni sabor.
Foto | Javier Balseiro y Markus Spiske
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