Hoy, víspera de Reyes, es un día en el que quien no pasea por la calle con un roscón entre las manos corre el riesgo de ser tachado de ser un antisocial, poco afecto a las tradiciones, un herodes cualquiera, o un solemne republicano. Pero a algunos no les basta con presumir de bollito con agujero, no, tiene que venir de alguna pastelería con nombre rimbombante, como de paraíso vacacional para germanos o similares, en las que la gente entrega a cambio del fruto de la masa madre el salario de un día de trabajo.
Pues claro hombre, que cuando nos crucemos con el vecino, ambos con nuestros paquetes en la mano, no solo tengamos un reto mudo sobre quién tiene el roscón más grande, sino, y sobre todo, a ver quién se ha gastado más pasta.
Este post no pretende más que hacer una reflexión sobre todas esas pastelerías de cuyos nombres nadie habla en las reuniones sociales, esas tahonas que sudan lo suyo para ofrecer a sus clientes un producto excelente a un precio justo. Mi experiencia personal me dice que en este tema del precio de algunos roscones hay mucho de estupidez humana.
Hace años, recién instalada en el pueblo en el que vivo pregunté donde se vendía el mejor roscón del pueblo, ese que me hiciera recordar al que todos los años compraba en un obrador sin nombre de Moratalaz y que era realmente delicioso. "En Manuela" (nombre figurado, por supuesto) me respondió el barrio entero todos a una.
Ante tanta unanimidad no tuve escapatoria y acudí a la pastelería, en la que encontré una cola llena de paisanos ávidos de roscón. Allí plantada, mientras el pelo me crecía y mi piel mudaba, pude ver a los ya afortunados poseedores del mejor roscón del pueblo, que salían de allí con unas fabulosas cajas de cartón con una ventanita de plástico tras la que yacía el roscón cual difunto, con el nombre del establecimiento en letras doradas bien visible. Solo faltaba una banda rodeándolo que dijera: tu familia no te olvida.
Y todos los años me iba a casa pensando que pedir 25 euros por un roscón tan delgado que podría desfilar en lencería era un desatino. Y tampoco era como para tirar cohetes...
Desde hace tres años lo compro en una tahona en la que siempre hacen buen pan, conocida en el pueblo por el trato agradable que da a sus clientes. Pago 14 euros por un roscón de medio kilo que está muy bueno, no siento que nadie me esté timando y dura mucho tiempo tierno. Allí no hay ni cajas lujosas ni parafernalias, solo el trabajo atento de los pasteleros y una sencilla envoltura de papel.
Hoy cuando he llegado a casa, me he encontrado con un vecino que traía un roscón de kilo relleno de la pastelería Manuela (nombre figurado, como ya sabéis) bien guardado en su pequeño ataúd estuche. Ambos nos hemos mirado a las manos antes que a los ojos y hemos pensado cada uno en lo nuestro: "a esta no le llega ni para pipas" (ha pensado mi vecino), "que buen roscón voy a comer hoy" (he pensado yo).
Imágenes vía | Daquella Manera en Flickr, Javi Vte Rejas en Flickr En Directo al Paladar | Cómo sobrevivir a la cena de Nochevieja En Directo al Paladar | Receta de Roscón de Reyes