¿Están los cupcakes sobrevalorados?

¿Están los cupcakes sobrevalorados?
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Amigos del cupcake, no os enfadéis conmigo que soy buena mujer. Un poco tiquismiquis con algunas cosas, pero siempre sin mala intención. El caso es que desde hace tiempo observo una invasión de esos pastelillos llamados cupcakes, que de alguna manera entronizaron cuatro mujeres neoyorkinas en la ficción. Daba gloria verlas en Magnolia Bakery con esas ropas imposibles y estilosas, contando sus avatares sexuales mientras daban mordiscos a unas magdalenas preciosas con capucha de colores, de las que aquí no teníamos noticia.

Unos años más tarde, los cupcakes entraron en nuestra vida a través de muchos blogs de recetas que realizaron un gran esfuerzo de imaginación, aportando colorido y arte a espuertas. Las pastelerías españolas de toda la vida, esas de huesos de santo en noviembre y roscón en enero, se resistieron con uñas y dientes, y surgieron algunos nuevos establecimientos que tenían al dulce con boina de los domingos como leitmotiv. Muchos de los que estamos en la cosa gastro intentamos hacerlos, servidora consiguió unas magdalenas con cara que le hacían burla, así que nunca las publiqué. Otros se han convertido en maestros de la cosa, con creaciones envidiables.

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Magnolia Bakery

Como observadora de esta explosión pastelera, me preguntaba cuál era en realidad el valor añadido de estas creaciones, y si de verdad eran ricos más allá de la cuestión estética. Aprovechando un viaje a Nueva York, decidí hacer un concienzudo estudio de campo consistente en ponerme fina de cupcakes y escuchar a mi yo interior, que nunca me engaña.

La primera toma de contacto fue brutal, pues caí sin saber cómo en un establecimiento de Times Square, empujada por unos muppets que andaban por allí a la vera del Naked Cowboy. Ya que estaba dentro, eché un vistazo al mostrador, y cegada por el colorido me compré dos cupcakes, uno multicolor y otro con frosting de chocolate. ¡Cómo pesaban lo tíos! ¡qué circunferencia! allí dentro se podrían haber lidiado reses de ser Estados Unidos un país taurino.

Cupcakes

Me comí la mitad de uno de ellos sin encontrarle el gustillo y añorando los petit fours, que como un amor imposible, siempre te dejan con ganas de más. Pero estas criaturas eran inconmensurables, así que las guardé cuidadosamente para atender el hambre que el jet lag me enviaba a eso de las dos de la mañana. Ni por esas, aquello nunca se acababa, mis compañeros de viaje al ver algo tan grande y tan abizcochado huyeron de mí sin decir adiós, y me encontré sola en Nueva York con los inacabables restos de dos pastelazos en las manos.

Entonces me convertí en la Rodriguez de la Fuente del cupcake neoyorkino, atisbando su hábitat, a sus consumidores, su desarrollo en los hornos, viendo cómo eran ingeridos escondida tras los escaparates, e incluso cacé y devoré unos cuantos más con gran esfuerzo.

Nada, no sentí ese orgasmo que parecían procurar a Carrie, Miranda, Samantha y Charlotte. No me parecieron nada del otro mundo, más allá de la variedad de coberturas o frostings que en realidad, solo llegaron a empalagarme. Y entonces, en un grito sordo pregunté ¿Qué me pasa doctor? ¿Soy solo yo? ¿Están los cupcakes sobrevalorados?

Imágenes vía | Garybrembridge en Flickr, Sunshine City en Flickr, Lamantin en Flickr
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