Producimos suficiente comida para alimentar a toda la población mundial, pero unos 3.700 millones de personas no tienen acceso a una dieta saludable, casi la mitad de la población. Y la manera en la que producimos esa comida, además, está poniendo en peligro la propia salud del planeta. La buena noticia es que podemos evitar ambas situaciones cambiando los sistemas alimentarios. En otras palabras: hay que producir y consumir menos carne.
Es la conclusión de un macroestudio publicado por la EAT-Commision en The Lancet este viernes, en el que un gran equipo de científicos internacionales ha elaborado el análisis científico más completo de los sistemas alimentarios mundiales hasta la fecha. Forma parte de un proyecto creado en 2019 para proponer cambios, basados en la evidencia, para lograr “alimentos saludables, justos y sostenibles para todos”.
Su último informe revela que el sistema alimentario actual contribuye al 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y tiene un impacto directo en el clima, la biodiversidad, el consumo de agua dulce y los cambios de usos de la tierra.
Lo que este equipo multidisciplinar propone es adoptar una serie de cambios que permitan instaurar la llamada The Planetary Health Diet (PHD), 'dieta de salud planetaria', que podría mejorar tanto la salud de millones de personas como la del planeta. No hay muchas sorpresas en cómo debería ser esa dieta, pues una vez más se hace hincapié en algo que los expertos llevan años señalando: comemos -y producimos- demasiada carne y productos animales.
La dieta propuesta se centra en el consumo de alimentos vegetales mínimamente procesados y una ingesta moderada de productos animales como la carne y los lácteos. Según los autores del estudio, así se podrían prevenir unos 15 millones de muertes prematuras al año y reducir los riesgos de enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas.
Paralelamente, señalan, es imprescindible poner el foco también en la justicia social como parte de ese cambio de los sistemas alimentarios, abogando por un acceso equitativo de toda la población mundial a alimentos saludables, en condiciones laborales justas y con una gobernanza inclusiva.
“Los sistemas alimentarios son uno de los principales factores que contribuyen a muchas de las crisis a las que nos enfrentamos hoy en día y, al mismo tiempo, la clave para resolverlas”, afirma Shakuntala Haraksingh Thilsted, copresidenta de la Comisión. “Las decisiones que tomemos hoy determinarán la salud de las personas y del planeta durante generaciones”.
Una dieta flexible y justa para todos
La dieta propuesta por la comisión de expertos defiende su flexibilidad para poder adaptarse a los gustos, tradiciones y productos locales, permitiendo adoptar patrones flexitarianos, vegetarianos o veganos, siempre centrados en los alimentos vegetales, cuanto menos procesados, mejor.
Así, la dieta debería incluir cereales integrales (150 g o tres a cuatro raciones al día), frutas y verduras (500 g o al menos cinco raciones al día), frutos secos (25 g o una ración al día) y legumbres (75 g o una ración al día). El consumo de alimentos de origen animal debe ser moderado o nulo, incluyendo la carne roja (0-200 g o una porción por semana), la carne de ave (0-400 g o dos porciones por semana), el pescado (0-700 g o dos raciones por semana), los huevos (3-4 huevos por semana) y los productos lácteos (0-500 g al día o una ración de leche, yogur o queso).
También se recomienda reducir los azúcares añadidos, las grasas saturadas y el consumo de sal, vinculados con las principales enfermedades crónicas y metabólicas.
Según el informe, adoptar esta dieta de salud planetaria tendría también un impacto positivo en el planeta al reducir la emisión de los gases de efecto invernadero. Y no solo se vincula con la producción de alimentos de origen animal, por lo que también hay que transformar los sistemas agrarios, con prácticas de producción más sostenibles, como la agricultura regenerativa y la intensificación sostenible, apoyando las comunidades locales que permitan un sistema más justo.
“La equidad y la justicia no son opcionales, son requisitos previos para unos sistemas alimentarios resilientes y sostenibles”, afirma Christina Hicks, comisionada y profesora de ciencias sociales en la Universidad de Lancaster. “Sin abordar las desigualdades arraigadas en los sistemas alimentarios actuales, ninguna transformación será completa ni duradera”.
Con el sistema actual, subrayan los autores, la dieta del 30% más rico de la población mundial es responsable del 70% de la presión medioambiental, mientras que la mitad de la población sufre inseguridad alimentaria. Millones de niños se dedican al trabajo agrícola y el 32% de los trabajadores del sector alimentario ganan menos del salario mínimo, muchos en condiciones inseguras. Las mujeres, en particular, señalan, se enfrentan a disparidades salariales sistémicas.
La Comisión concluye que es necesaria la colaboración activa entre las instituciones públicas, las empresas privadas y la sociedad civil para lograr un cambio efectivo, siempre con la evidencia científica como guía. Y, aunque el sector privado juega por tanto un papel esencial, es importante también garantizar que la toma de decisiones se realice en beneficio del bien público y a salvo de influencias y presiones empresariales.
“Ahora que contamos con los conocimientos y las pruebas científicas, es responsabilidad colectiva actuar para salvar y reparar los sistemas del planeta antes de que sea demasiado tarde, y hacemos un llamamiento a todos para que se unan a nosotros en esta revolución”, concluyen el editor jefe de Lancet, el Dr. Richard Horton, y la editora consultora Tamara Lucas.
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