Dos y pingada: el plato de huevos fritos y jamón con el que Zamora celebra el Domingo de Resurreción

Los zamoranos ponen fin a la abstinencia de Semana Santa con un peculiar plato combinado donde no faltan los huevos fritos y productos del cerdo

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Con permiso del Lunes de Pascua, mucho más celebrado en otros lares, el Domingo de Resurrección o Domingo Santo es el día más grande de la Semana Santa católica y la celebración más importante para la Iglesia cristiana. Tras el recogimiento ceremonial que envuelve las últimas procesiones, el domingo es un día de festejo y jolgorio, y en Zamora tiene muy claro que se merece un festín para celebrarlo a lo grande.

Es la última gran tradición de la Semana Santa zamorana, una de las más bonitas y populares de España, Fiesta de Interés Turístico Internacional, Bien de Interés Cultural y Candidata a Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Con una identidad y un patrimonio histórico-artístico propios que la diferencian de otras pascuas españolas, los zamoranos viven con entrega y dedicación su semana grande cumpliendo con los cánones de la tradición.

Tras la solemne procesión nocturna de Sábado Santo a cargo de la Cofradía de Jesús Nazareno Vulgo Congregación, con la Santísima Virgen de la Soledad de luto por la muerte de su hijo, el domingo amanece con otros ánimos en la ciudad. A primera hora sale en procesión la Cofradía de la Santísima Resurrección desde la  la Iglesia Parroquial de Santa María de la Horta portando la imagen de Cristo Resucitado, seguida poco después de la Virgen del Encuentro.

Madre e hijo se reencuentran y es un momento de alegría, de música y festejo, el culmen de todo el ciclo de la Pasión de Jesús. Ya no hay pesadumbre y es momento de celebrar tras unos días muy intensos en los que los más devotos habrán guardado el pertinente ayuno o abstinencia cuaresmal. Pero el Domingo de Pascua los zamoranos no perdonan el 'dos y pingada' que corona las fiestas.

Jesús ha resucitado, que viva la carne y la grasa

El curioso término de 'dos y pingada' hace referencia a la composición original más simple del plato, consistente en dos huevos fritos y unas lonchas de magra de jamón o jamón serrano pasado por la misma plancha, normalmente acompañado de pan zamorano de la tierra.

Dos Y Pingada

Su origen preciso no está muy claro y es poco probable que se sepa en algún momento si hubo un inventor, una fecha concreta o un nacimiento específico en el tiempo y el espacio; como tantas tradiciones de raíces populares y humildes, es de esos ritos que parece que han estado siempre ahí, pasando de generación en generación, practicado con devoción por zamoranos de todas las edades, sin saber de modas o tendencias.

Una tradición ligada a su tierra, sus gentes y sus costumbres, que ha ido evolucionando poco a poco de forma orgánica y natural, admitiendo variantes y enriqueciéndose con nuevos productos cuando el bolsillo lo permitía, abrazada también a la propia evolución de la hostelería, que ya no falta a la cita desde hace años.

Huevos

Su concepción es, sin embargo, obvia. Termina la Cuaresma y la Semana Santa, se pone fin al ayuno y a la abstinencia de la carne, por lo que no hay mejor manera que celebrar la resurrección de Jesús que recuperando energías con algo tan sencillo pero tan nutritivo y sabroso como huevos fritos y cerdo.

Del campo y la cocina de hogar a bares y restaurantes

Aunque la costumbre de recuperar energías con un plato tan humilde se pierde en el tiempo, sí que está documentado cómo fue en 1951 cuando los dos locales más populares del barrio de La Horta, el antiguo bar Oviedo -hoy reconvertido en el nuevo Oviedo's- y el desaparecido bar La Herminia, ofrecieron almorzar a la cofradía el plato conocido como "dos y pingada".

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Según contaba a Efe el hijo del dueño de aquella época, y actual propietario del Oviedo's, los cargadores de la Virgen acudían a su bar mientras que los portadores del Cristo Resucitado lo hacían a La Herminia, repartiéndose así los clientes. Un plato combinado tan rápido de preparar, sabroso y calórico era perfecto para devolver las energías a los cofrades tras el esfuerzo.

Desde entonces la costumbre ha ido ganando más arraigue en la ciudad, extendiéndose a otros bares y tabernas y también difundiéndose entre las propias familias, que si el tiempo acompaña pueden disfrutar del desayuno tardío o almuerzo a media mañana tras asistir a la procesión, congregándose también muchos en el bosque de Valorio, como una suerte de verbena al aire libre.

Dos Pingada Tosta

Pero en los últimos años lo más típico es reunirse en grandes grupos de amigos o familia para disfrutar del dos y pingada en compañía a mesa puesta, pues casi todos los locales de hostelería abrazan la tradición ofreciendo su versión del plato o incluso como parte de un menú especial para el que las reservas suelen agotarse con muchos días de antelación.

Huevos fritos, jamón y lo que surja

El dos y pingada se ha convertido ya en muchos establecimientos como una base sobre la que seducir al comensal con combinaciones más pantagruélicas en las que brilla la carne del cerdo y los embutidos, con la plancha a pleno rendimiento y también las freidoras. Y también es un día grande para los hornos y panaderías.

A las dos lonchas de jamón o magra, pasadas vuelta y vuelta por la plancha que acompañan tradicionalmente al par de huevos, es habitual añadir chorizos, morcillas, picadillo, panceta e incluso costillas, habitualmente con guarnición de patatas fritas y el pan también frito. Los bares y tabernas más actuales se atreven incluso a convertirlo al formato miniatura con una versión en pincho o tapa.

 

Este despliegue de grasa, cuando se sirve en familia, se presta a disponerlo en fuentes para que cada comensal se sirva a su gusto, pudiendo completar el menú con tomate o ensalada, verduras o algo de picoteo. Y no pueden faltar de postre las torrijas de toda la vida y unas aceitadas zamoranas para rematar.

El dos y pingada deja de ser así un simple almuerzo humilde pero reconstituyente para convertirse en todo un menú de fiesta, más una comida que se alarga en la sobremesa que un desayuno tardío. El festín que se merece el broche final de una semana de pasiones.

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