El invierno nos invita a las cazuelas y a las cucharas. Cuanto más frío fuera, más calor pide nuestra cocina y de eso saben —y mucho— en Castrillo de los Polvazares, un pequeño pueblo de la comarca de la Maragatería, en León, con apenas 100 habitantes censados.
Con un aspecto cuidadísimo, pero como detenido en el tiempo, las callecitas empedradas de Castrillo de los Polvazares, declarado Conjunto Histórico-Artístico de alto valor monumental desde 1980.
Motivos, a pesar de su pequeño tamaño, no le faltan. Sus construcciones, típicas de los arrieros maragatos que poblaron durante siglos estas tierras, representan a esos comerciantes trashumantes que se asentaron aquí. Fachadas de piedra caliza, tejados de pizarra y grandes portalones, habitualmente con dintel o de medio punto, se suceden en este escenario de cuento.
Algunas, incluso, lucen blasones en sus puertas, testimonio de ese pasado lustroso del pueblo que, debido a su proximidad a Astorga (la capital comarcal), decidió rehusar a su independencia para unirse como municipio en 1975. Esas mismas puertas, por cierto, también en madera como los aleros de los tejados y buena parte de las galerías.
Muy fácil de recorrer, Castrillo de los Polvazares se resuelve en apenas una o dos horas donde, además, no se puede entrar con coche al casco histórico —que casi comprende todo el pueblo—, así que deberá dejarse en la entrada del pueblo.
El cocido maragato de Castrillo de los Polvazares
Para entrar en calor, un icono: el cocido maragato. Seguramente sea el cocido más raro de los que se estilan en España, pues a diferencia del cocido madrileño o de otros guisotes como el puchero andaluz o incluso la escudella catalana, se sirve de una manera radicalmente distinta.
Ni más ni menos que al revés. Es decir, las carnes primero, luego las verduras y por último la sopa. La teoría apunta a que este cocido se empezó a comer así durante la Guerra de la Independencia, pues permitía comerse antes lo más 'sustancioso' del cocido por si llegaban las tropas francesas. Con más leyenda que realidad, lo cierto es que no hay ninguna referencia clara de por qué esto se hace así.
La otra teoría, con más sentido, está en el propio arriero maragato. Al ser un plato típicamente de viajeros, el comer primero la carne se justificaba con que se comería siempre caliente y recién sacada del caldo. En caso contrario, si primero se toma el caldo, las carnes luego quedarían frías.
Verdades o no, de lo que sí hay referencias es de establecimientos ya icónicos como Casa Coscolo, uno de los emblemas de Castrillo de los Polvazares, donde sirven este legendario cocido que, aunque la gente no lo crea, es más ligero de lo que puede parecer.
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Más allá de Castrillo de los Polvazares, un buen plan para redondear la jornada —o extenderla al fin de semana— es hacer noche en Astorga —a apenas siete kilómetros—, otra población sorpresiva, en la que encontrar retazos de la obra del arquitecto Antoni Gaudí en el Palacio Arzobispal, pero también una devoción por el chocolate casi impensable.
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En DAP | Receta de cocido montañés