Desde hace más de un siglo, la Guía Michelin se ha consolidado como una autoridad indiscutible en el universo de la gastronomía y la hospitalidad. Nació como una herramienta para orientar a los automovilistas en Francia y con el tiempo se convirtió en una referencia global para identificar los mejores restaurantes y hoteles.
Su sistema de estrellas ha sido, durante décadas, sinónimo de excelencia culinaria y prestigio. A esta clasificación se le han sumado otras distinciones, como las llaves Michelin, que premian a los mejores alojamientos del mundo. Sin embargo, pese a que el vino ha sido siempre un compañero inseparable de la alta cocina, su presencia en la guía no había tenido una estructura propia ni el mismo protagonismo. Eso está a punto de cambiar.
Michelin ha decidido dar un paso más y expandir su universo de valoraciones hacia el mundo del vino. No lo hará a través de la habitual puntuación de botellas individuales, como sucede con otras guías especializadas, sino que se centrará en las bodegas como entidades integrales.
Esta nueva incursión se materializará mediante un sistema de "uvas", una clasificación que sigue la lógica de las estrellas y las llaves, pero adaptada al ámbito vitivinícola. La iniciativa ha sido presentada por Gwendal Poullennec, director de la guía, quien la describió como un nuevo capítulo que celebra el talento de los productores de vino y busca convertirse en un referente para los amantes del buen comer y del buen beber.
Más allá de la calidad del vino: el control del proceso
La clasificación de los uvas contará con tres niveles. Las bodegas que obtengan un racimo serán reconocidas por su gran calidad. Aquellas que alcancen las dos uvas serán consideradas ejemplos de excelencia, mientras que las que logren tres uvas representarán casas vitivinícolas de excepción. Esta jerarquía también contará con una mención previa: "bodega recomendada", pensada para aquellas que aún sin llegar al primer racimo, merecen ser destacadas.
Presentación de la nueva guía. ©Michelin.
Lo más interesante es que esta evaluación no se limitará a juzgar los vinos en sí, sino que tomará en cuenta una mirada global de la bodega y su quehacer. Para ello, se considerarán cinco criterios fundamentales: la calidad de la agronomía, que refleja el trabajo realizado en el viñedo; el dominio técnico dentro de la bodega, es decir, los procesos de vinificación y su precisión; la identidad del vino, entendida como la expresión del terruño y del productor; el equilibrio del producto final y, por último, la constancia a lo largo de varias cosechas. Esta metodología apunta a una evaluación integral que valore tanto la tradición como la innovación y la consistencia en el tiempo.
Las primeras regiones en ser evaluadas serán Burdeos y Borgoña, dos nombres emblemáticos del vino francés. La presentación de los primeros resultados tendrá lugar en 2026, en el marco de dos eventos específicos que aún no han sido fechados oficialmente. A partir de ahí, la idea es extender el sistema de racimos a otras regiones vitivinícolas de Francia, e incluso al resto del mundo, conforme la guía adquiera más experiencia y solidez en este terreno.
Tres uvas, dos uvas, una uva… Así es la Guía Michelin de vinos
El galardón tiene forma de racimo. ©Michelin.
En este sentido, la propia guía apunta que las tres uvas corresponderán a productores excepcionales donde, "sea cual sea la añada, los amantes del vino pueden recurrir a las creaciones de la finca con total confianza". En el caso de las dos uvas, se incluirán "excelentes productores que destacan entre sus pares y en su región por su calidad y consistencia".
En el caso de la categoría una uva, aparecerán "excelentes productores que elaboran vinos con carácter y estilo, especialmente en las mejores añadas". A ellos además se sumará una categoría previa, la de Seleccionados, donde aparecerán "productores confiables que han sido seleccionados para revisiones periódicas, produciendo vinos de alta calidad que ofrecen una experiencia de calidad".
La primera edición será en 2026 y valorará las bodegas de Burdeos y Borgoña. ©Michelin.
No se trata de una entrada improvisada en el sector. Aunque la guía Michelin nunca había ofrecido una clasificación específica para bodegas, su relación con el vino tiene raíces históricas. Ya desde 1900, las primeras ediciones de la guía valoraban la calidad de los vinos servidos en los establecimientos recomendados.
Un trabajo en el vino que viene de lejos
Más adelante, en 2004, se incorporó un pictograma para señalar las mejores cartas de vinos. Y en 2019 se creó un premio para destacar el trabajo de los sumilleres. Todos estos pasos mostraban una voluntad de integrar el vino dentro de la experiencia gastronómica completa, pero sin otorgarle un sistema de evaluación propio. Hasta ahora.
Además, la adquisición en 2016 de la guía Parker, una de las publicaciones más influyentes en el mundo del vino, por parte del grupo Michelin, proporcionó a sus equipos una base de conocimientos especializada en crítica enológica.
Esa integración permitió una transferencia de saberes que ahora se convierte en una ventaja clave para dar solidez a esta nueva aventura. La guía Parker, sin embargo, continuará existiendo bajo su propio nombre y con independencia editorial, tal como confirmó el propio director general del grupo Michelin, Florent Menegaux.
Con esta nueva clasificación, Michelin no solo amplía su universo, sino que refuerza una visión integral del lujo y del savoir-faire gastronómico. La experiencia enológica gana así un nuevo aliado institucional que promete marcar tendencia, tal como sucedió en su momento con las célebres estrellas.
El vino deja de ser un acompañamiento en la mesa para erigirse, por fin, como protagonista evaluado con la misma rigurosidad que los grandes platos. Y los amantes del vino, ahora más que nunca, tienen un nuevo referente al que mirar.