Es el olivar mayoritario en España y, además, el que está más expuesto a la sequía y los cambios en el aceite de oliva

Aceite De Oliva
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El aceite de oliva se enfrenta en 2023 a un capítulo más de la irónica tormenta perfecta: un año terriblemente seco que se suma a un igual de seco 2022. Las conclusiones, apreciables en el lineal del supermercado, las sabemos todos con precios que incluso se llegan a ver en 10 y 12 euros por litro.

Sin embargo, en el campo la situación es bien distinta. España es, en términos generales, un país de olivar de secano. Cuando hay buenas cosechas, el aceite apenas le sale a cuenta al agricultor, pero cuando hay malas cosechas —como la de 2022— tampoco le beneficia porque apenas tiene aceitunas que vender.

No obstante, hay un pequeño resquicio de esperanza en el horizonte: que llueva o, en determinados casos, recurrir al riego. “El olivar que recibe aportes hídricos aparte de la lluvia ronda el 40%”, como explica Diego Barranco, Catedrático de la Universidad de Córdoba en el Departamento de Agronomía de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, aunque advierte que “no todo el regadío es igual”.

Lo que sí es cierto, explica Barranco, es que con aportes hídricos de regadío podríamos no enfrentarnos a fluctuaciones tan grandes de cosecha y, por ende, de precios. “El olivo es uno de los cultivos que más agradece pequeñas cantidades de agua de riego”, indica.

Habla de dotaciones de 1.500 metros cúbicos por hectárea, lo cual supone unos 150 milímetros por metro cuadrado. Para entenderlo en términos totales, comenta, “en Andalucía se han llegado a obtener buenas cosechas con 400mm anuales”. La cuenta, sin embargo, es dantesca en el 2023 andaluz donde la dotación máxima que admitía el Plan Especial de Sequía ha sido de 700m3 por hectárea.

El problema, como es evidente, es que en zonas de secano andaluzas ha habido lugares “que no han recibido ni 200mm”. Detrás de esta ausencia de agua, una realidad convertida en círculo vicioso donde al haber poca agua, el olivo genera menos flores —y de peor calidad— que luego quedan más expuestas a las altas temperaturas.

“Se necesita agua en invierno para que el olivo brote y arranque con una flor de calidad, pero las lluvias primaverales son las que mantendrán el árbol activo al producirse una recarga hídrica en los suelos”, indica.

Un sector a dos velocidades

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El problema, como es evidente, no está en que mejorar las instalaciones y añadir riego sea costoso. “Lo difícil es disponer de agua porque ya la cuenca del Guadalquivir es deficitaria, así que no se dan nuevas concesiones”, alega, algo de lo que sí disponen las parcelas históricas de otros cultivos que siempre fueron regadío o los olivares que surgieron como tal.

Caso distinto a lo que sucede con el olivar de secano, que nunca necesitó riego y que ahora, en escenarios de poca pluviosidad, se ve en un callejón sin salida. “Cuando hay buenas cosechas, se paga el kilo de aceituna a menos de dos euros, lo que muchas veces es vender a pérdidas. Cuando hay malas cosechas, aunque se pague el kilo de aceituna a seis, siete u ocho euros, el agricultor de secano no se beneficia porque no tiene nada que vender al no tener aceituna”, lamenta.

Entre medias, el carácter constante del olivar de regadío: “Cuando hay oscilaciones de precio de la aceituna, el olivar de regadío tiene una ventaja enorme porque pueden tener media cosecha, pero media cosecha vendida a seis euros de media tiene mejores ingresos que una cosecha completa a dos euros, que es lo que le pasaría al secano”, aclara.

El riesgo, advierte, “es que pueda desaparecer el olivar de secano porque en los años que el precio de la aceituna sube si hay sequía, el olivar de secano no se beneficia”.

Para ello, se entiende mejor el caso con un ejemplo sencillo. “En una campaña con 1,5 millones de toneladas con el litro de aceite a dos euros el sector ingresa 3.000 millones de euros", contabiliza

"En una campaña como la pasada, el sector ingresa 4.000 millones, pero el reparto no es equitativo porque el olivar de riego o los que tuvieron producción consiguieron más ingresos que en una buena campaña, pero los de secano han tenido cero ingresos”, apostilla Diego Barranco.

Entendiendo la vecería del olivo

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Podríamos decir que el olivo es un árbol exuberante, aunque no encaje con su porte retorcido y sus maderas enjutas. Cuando llueve es generoso, tanto que su propia genética le traiciona y provoca la denominada vecería, que no es otra cosa que una alternancia de campañas buenas y malas, “independientemente de que llueva bien en ambos casos”, aclara Barranco.

“El olivo produce aceitunas en función de lo que ha crecido el año anterior. Si, pongamos, en 2023 no crece mucho porque no ha tenido agua, en 2024 no producirá mucho más porque no tiene crecimiento donde sostener esa producción, aunque tenga agua”, sintetiza.

“Si vienes de años secos y llueve mucho este invierno, el año que viene no puede haber una cosecha enorme porque los olivos han crecido muy poco”, comenta. Para entenderlo, nada mejor que prestar atención al propio comportamiento de la especie, que justifica esta vecería.

“Los frutos compiten con el crecimiento vegetativo. Un olivo que tiene mucha producción un año, al año siguiente tendrá una cosecha peor porque los frutos son un sumidero de nutrientes importante [demandan mucho al árbol] y eso hace que los brotes sobre los que crecerán las aceitunas de la campaña siguiente sean más cortos y, por tanto, haya menos aceitunas. Pueden ser de calidad con un buen tamaño de fruto, pero al haber pocas flores y pocos brotes, no puede haber más aceitunas”, cataloga.

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Algo que se entiende fácilmente con un ejemplo: “la cosecha de 2024 tampoco será para tirar cohetes porque el olivar de secano no ha crecido [que es lo que debe hacer el año anterior, o sea, 2023]. Si un brote creciera 40 centímetros, a lo largo de ese brote puede haber 10 o 15 aceitunas, pero si ese brote sólo ha crecido 10 centímetros, sólo tendrá dos o tres aceitunas”.

Ecoesquemas y aprovechamiento del agua

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Hace falta que llueva, pero el olivo no necesita mucha agua. Digamos que el olivo se sabe administrar, como hemos visto contabilizando sus necesidades hídricas. Aun así, en grupos de investigación como Ucolivo, liderado por Diego Barranco, se trabaja en distintos campos para colaborar en la buena salud del olivar y en su futuro.

“Trabajamos más en la mejora de variedades, buscando aquellas que aguanten mejor la sequía, el frío y las enfermedades”, indica. Además de eso, menciona que “lo principal es que llueva”. Por eso saca a colación lo que se conocen como ecoesquemas, cuya funcionalidad está en contribuir a evitar que se pierda la poca agua que se pueda recibir.

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Llueve poco y, cuando lo hace, lo hace de manera incontrolada”, comenta. Por eso, los ecoesquemas, orientados a evitar la pérdida de agua, se enfocan a las denominadas cubiertas vivas y cubiertas inertes. Estos trabajos en el campo permiten conservar la humedad del suelo, aumentando la retención del agua y también permiten que las lluvias no arrastren la tierra cuando llueve en tromba.

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