Los frutos secos son un clásico de despensa (más en tiempos de dietas healthy): nutritivos, versátiles y fáciles de consumir. Sin embargo, también son uno de esos alimentos que pasan rápidamente de crujientes a blandos si no se conservan bien. El problema no suele estar en el producto, sino en cómo se almacena en casa.
Estos alimentos destacan por su aporte en fibra, proteínas y grasas saludables, además de minerales como magnesio, zinc o calcio, según el tipo. Precisamente por su composición grasa, son sensibles al calor, la humedad y el aire, tres factores que aceleran su deterioro.
Por ello, el primer punto clave para conservarlos correctamente es el ambiente. Los frutos secos deben guardarse en un lugar seco y alejados de cualquier fuente de humedad, ya que esta es la principal responsable de que pierdan su textura y se vuelvan blandos o rancios.
En un armario cerrado y recipiente hermético
La luz también juega en su contra. Mantenerlos dentro de un armario o despensa cerrada ayuda a preservar sus propiedades, evitando que la exposición continuada degrade su sabor con el paso del tiempo.
El envase es otro aspecto fundamental. Lo más recomendable es utilizar recipientes herméticos, ya sean bolsas tipo ‘zip’ o tarros con tapa ajustada. Dejar los frutos secos en bolsas cerradas con un simple nudo (o peor aún, con la bolsa medio abierta) permite que el aire se cuele, favoreciendo la oxidación.
No al calor
La temperatura completa la ecuación. Lo ideal es que se conserven por debajo de los 20 grados, especialmente en los meses más cálidos. Aunque creamos que en invierno esto no nos afecta, cuidado: guardarlos cerca del horno, la vitrocerámica o zonas que se calientan con facilidad es uno de los errores más habituales.
Con estos cuidados básicos, los frutos secos pueden mantenerse durante semanas, e incluso meses, con su sabor y textura prácticamente intactos, evitando desperdicios y conservando todas sus cualidades nutricionales.
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