El pollo asado del domingo es casi una tradición: reúne a la familia, deja la cocina impregnada de aromas y, además, rinde para los días siguientes. Convertirlo en sándwiches, ensaladas o wraps es uno de los placeres más prácticos de la semana.
Sin embargo, ese gesto cotidiano puede esconder un riesgo inesperado: volver a recalentar la carne más de una vez. Lo que parece una rutina inocente puede convertirse en un error de higiene alimentaria.
Cada vez que el pollo pasa del frío al calor, sufre un vaivén de temperaturas que favorece la proliferación de bacterias dañinas. La Salmonella y la Campylobacter son los nombres poco amables que pueden arruinar tu semana.
Estas bacterias llegan sin previo aviso, con síntomas que van desde un malestar leve hasta cuadros digestivos intensos. El problema es sencillo: en la llamada “zona de peligro” —temperaturas templadas donde la comida no está ni fría ni caliente— las bacterias encuentran el lugar perfecto para multiplicarse.
Si el pollo se recalienta más de una vez, esa franja se repite y el riesgo se dispara. En otras palabras, lo que debía ser un plato de aprovechamiento puede transformarse en una bomba de tiempo microbiológica.
Pero no todo se reduce a la salud. El pollo recalentado pierde calidad organoléptica con rapidez. La carne jugosa y sabrosa se transforma en fibras secas, con una textura gomosa y un sabor empobrecido.
Los expertos explican que las proteínas se desnaturalizan con cada ciclo de calor, lo que hace que un pollo tierno se convierta en una especie de suela de zapato. Ni la mejor salsa logra disimular esa sequedad inevitable.
Así sí: cómo aprovechar los restos
La buena noticia es que se puede disfrutar de las sobras de manera segura con un par de pautas sencillas. La primera regla de oro: recalentar solo una vez. Y hacerlo correctamente, asegurando que el interior de la carne alcance los 74 °C, temperatura suficiente para destruir bacterias. Cortar el pollo en trozos pequeños facilita que el calor penetre de manera uniforme y segura.
El microondas puede ser un recurso rápido, pero si se busca un resultado homogéneo y con mejor textura, el horno o la sartén son más recomendables. De esta forma se evita que algunas partes queden tibias y otras abrasadas. La clave está en calor uniforme, no en golpes desordenados de temperatura.
También es fundamental conservar bien las sobras: recipientes herméticos y refrigeración en las dos horas posteriores a la cocción. Y, si realmente sobra demasiado, la mejor alternativa es congelar. Así se alarga la vida del alimento sin comprometer la seguridad. Mejor recurrir al congelador que arriesgarse a padecer un mal rato en nombre del ahorro.
El pollo es un alimento versátil y delicioso, pero mal gestionado puede dar más disgustos que alegrías. Recalentarlo una vez es seguro; más de eso, no. La próxima vez que pienses en darle un tercer golpe de calor, recuerda que tu estómago y tus papilas gustativas agradecerán la prudencia. Al final, el mejor truco de cocina es saber cuándo parar.
Foto | Lukas y Engin Akyurt
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