Elegir un buen vino no es fácil para la mayoría de consumidores. Los premios, puntuaciones y medallas que lucen en las etiquetas sirven de guía para escoger el mejor, al menos teóricamente. Porque detrás de esos premios, siempre subjetivos, no siempre se da el rigor que se podría esperar. Y parece que no es tan difícil colársela a los jurados.
Este fue el planteamiento de uno de los últimos retos que se propuso el equipo del programa de la televisión belga 'On n'est pas des pigeons!' (literalmente, "no somos palomas", que al castellano sería algo así como "no somos tontos"), sobre consumo. El magazine se centra en desentrañar las estrategias de marketing que utiliza la industria para que el consumidor pueda hacer sus elecciones sin ser engañado o estafado.
Con la cantidad de concursos y ránkings de vinos que hay en todo el mundo, ¿cómo de fiables son sus distinciones? ¿Quién hay detrás y en qué criterios se basan? Para ahondar en esta cuestión, solicitaron la colaboración del sommelier y experto Eric Boschman, quien confirmó lo que sospechaban: muchos solo se interesan por ganar dinero a costa de dar repartir sus distinciones.
Cómo un vino malo y barato consigue una medalla de oro
El equipo del programa decidió enviar a uno de esos certámenes un vino barato camuflado como una botella de bodega de prestigio. El propio Boschman fue el responsable de elegir el "peor vino del súper", un tinto de 2,50 euros adquirido en un establecimiento de la cadena Delhaize. Le quitaron la etiqueta para colocar una de diseño propio, rebautizando al brebaje como Château Colombier.
Para su experimento eligieron el concurso internacional Gilbert et Gaillard, que otorga medallas cada tres meses, y que goza de cierto prestigio en el sector. Inscribirse es muy fácil, solo hay que pagar la cuota -50 euros en este caso- y enviar la botella que se desee para ser valorada.
¿Y no hay más criterios de admisión? En realidad sí; lo habitual es exigir una prueba de laboratorio que certifique diversos parámetros, pero muchos certámenes, como el de este caso, no comprueban de dónde salió esa prueba. Es decir, el programa pudo enviar los análisis que le vino en gana, creados a su gusto.
Pasado el tiempo establecido, su flamante botella de 2,50 euros volvió con una medalla de oro y las siguientes notas del jurado: "Paladar suave, nervioso y rico con aromas limpios y jóvenes que prometen una agradable complejidad. Muy interesante". Eso sí, para poder lucir esa distinción en sus botellas debían pagar 60 euros por cada tirada de 1.000 etiquetas. En otros casos el precio es mucho mayor.
Con esta broma en forma de experimento televisivo, el programa On n'est pas des pigeons! quería demostrar la falta de rigor que rodea a menudo a los concursos y competiciones que cada día abundan más en el mundo del vino y de la gastronomía en general, y más cuando detrás se mueve tanto dinero. Incluso mencionan el caso del periodista Samy Hosni, que logró infiltrarse como jurado experto en otro concurso, demostrando que ni los catadores que juzgan son de fiar.
Lucir o no un premio en tu producto puede darte mucha visibilidad, pues es un reclamo jugoso que atrae las ventas. Por eso son muchos los productores que prefieren no cuestionarse el tinglado, y simplemente aceptan las reglas del juego. Rigor o no, no está de más que todos los premios y listas son subjetivos y siguen sus propios criterios.
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