La Palma es un pedacito de edén que los dioses dejaron olvidado en el Atlántico. ¡Bendito descuido! Y todo paraíso suele guardar algún secreto oculto bajo llave, y esta isla, que siempre ha llevado el apellido de “bonita”, no podía ser menos: uno de sus mayores misterios se revela en forma de vino, un elixir que nace de la madera del pino canario y que apenas se conoce fuera de su frontera insular.
Los palmeros han debido de hacerse a sí mismos gracias a un territorio que se levantó en vertical hace más de dos millones de años por culpa de un colapso volcánico. Las heridas de esta destrucción son belleza natural, es la Caldera de Taburiente, una hoya que no es más que un dulce averno donde dioses y leviatanes lucharon por crear algo asombroso.
Las laderas exteriores de lo que hoy es esta caldera volcánica están cubiertas de frondosos bosques que recuerdan a selvas tropicales, de barrancos esculpidos por la paciencia de los siglos y que se van precipitando hacia el mar, y de poblaciones que se aferran a la montaña desafiando al vértigo. Los propios palmeros siempre dicen que a ellos les retiene como un imán el volcán y la fuerza de los vientos alisios. Una idea que resume, de una forma maravillosa, la fortaleza de este pueblo que ha sabido dominar y adaptarse a la naturaleza.
Impresionantes Bancales volcánicos. Copy DO Vinos de La Palma
Viticultura heroica en terrazas imposibles
Alcanzar cualquiera de los balcones de piedra que se asoman y vigilan estas tierras septentrionales de La Palma es toparse, de súbito, con un mosaico de plantaciones de plataneras y de vides que van desmelenándose hacia el océano. Llama la atención la multitud de bancales que hay alrededor de poblaciones como Garafía, Tijarafe, Santo Domingo y otras localidades del norte de La Palma. Pueblos rodeados por un mar de viñedos en terrazas imposibles que crean un paisaje que cuelga directamente del cielo, sin poder explicar cómo están agarrados a las laderas del volcán.
Aquí la viticultura es un acto de heroicidad. Los viñedos se extienden desde los 200 hasta los 1.500 metros sobre el nivel del mar, con pendientes que pueden llegar a superar el 40%. Toda una osadía agrícola. Una altitud que sorprende, que extraña y que impresiona. Ante esta situación sólo hay que pensar que no hay maquinaria posible que pueda trabajar en estas parcelas, lo que hace que la vendimia y el cuidado de la vid se hagan de forma manual, extenuante y que honra la tradición enológica de sus gentes, que han mantenido viva durante siglos.
Mucho se habla de la Ribera Sacra, en Ourense, como uno de los grandes ejemplos de vendimia heroica, pero esta isla canaria no se queda atrás. Las vides brotan en un suelo de ceniza volcánica que mira al Atlántico como telón de fondo, y cada racimo es un milagro de supervivencia y, a su vez, un reflejo de la dureza de esta orografía, de la tenacidad de esta tierra que elabora un vino artesanal y ancestral. Un vino de altura, épico, que siempre está mirando a las estrellas.
Uva autóctona. Copy DO Vinos de La Palma
23 tipos de uva y el pino canario, como alma de este vino
La historia del vino de Canarias se remonta al siglo XVI, cuando colonos trajeron las primeras cepas. En La Palma se adaptaron a un clima húmedo y a un sustrato volcánico hasta convertirse en variedades locales. Hoy la isla cuenta con hasta 23 tipos de uva, de cepas milenarias y prefiloxéricas, que se mezclan de forma elegante para dar unos caldos extraordinarios.
Por un lado, están las uvas blancas, como Listán Blanco y Albillo, que suelen tener una maduración temprana y aportan los azúcares necesarios. Por otro, las variedades tintas, que son más tardías, como la Negramoll, que aporta acidez y algo de color. El Prieto y el Muñeco o Almuñeco, son uvas de maduración más temprana que la anterior y aportan mayor cantidad de materia colorante a los vinos. Y a todas ellas hay que unir una uva muy especial: la única autóctona, la única palmera, el Albillo Criollo.
Pino Canario en las laderas de la Caldera de Taburiente. Foto Luis Ulargui
Sin uva no habría vino. Pero sin el pino canario y su madera no tendríamos la singularidad del vino de tea. Es el protagonista de esta historia. Un árbol, el pino canario, que resiste a la lava, al fuego y a los vientos. Un ave fénix de la naturaleza. Su madera, la tea, se convierte en el corazón y la esencia de este vino.
Un vino de terruño, el que se hacía en cada una de las casas, el que cada familia producía sin importar las variedades que se usaban. De la prensa a las barricas. En esta zona de la isla no se podían madurar los vinos en roble o castaños por la ausencia de estos árboles. Sin estas maderas no había vino. No, craso error. Los palmeros del norte de la isla empezaron a realizar sus propias barricas con la madera resinosa del pino canario.
Pipa o Barrica de Madera de Tea. Copy DO Vinos de La Palma
Aquí no hay barricas. Hay “pipas”
Nunca oirás a un palmero hablar de barricas ni de toneles. Aquí se las llama “pipas”. Las pipas de pino canario, realizadas a mano gracias al saber de artesanos, transmiten al vino la savia teosa del árbol y le ceden el nombre que lo hace famoso. Cada barrica es distinta, irrepetible, no hay dos iguales en la isla, y eso convierte al vino de tea en uno de los más artesanales de España.
Hay mucha gente que iguala este vino de La Palma con el retsina, que se hace en Grecia. Puede parecer en sabor, pero no en su elaboración, ya que los helenos añaden bolas de resina durante la maduración en toneles de roble para darles ese gusto fuerte. En La Palma no hay artificios, es el corazón del pino convertido en “pipa” junto a los alisios, el que embebe el vino de notas balsámicas de resina.
El resultado es un vino de matiz rojo cereza con tonalidades que recuerdan el color de la teja, aromas frutales y herbáceos sobre un fondo resinoso al paladar. Su perfume recuerda al pinar, a madera, a aire fresco, y su graduación alcohólica oscila entre los 11 y 13 grados. No es un vino fácil, no seduce a todos los paladares. Pero quienes lo prueban descubren un patrimonio enológico señero e indisoluble.
Ser más duro que una tea
No es una leyenda ni una de esas historias ancestrales, pero se dice que el sabor a pino que impregna el vino de tea de La Palma es el espíritu del bosque que se niega a marcharse. Los viejos bodegueros de la isla cuentan que la tea no sólo preserva el vino, sino que transfiere la paciencia y la fortaleza de este árbol que ha resistido a las entrañas del fuego y a los fuertes alisios.
Hay un dicho en la isla que dice: “Eres más duro que una tea”. No es terquedad, no es obcecación, sino salud fuerte y resistencia, como la misma savia que corre por el pino y por el vino de tea.
Futuro Patrimonio Inmaterial de Canarias
Hoy son sólo cuatro las bodegas que, en las laderas del norte de La Palma, siguen trabajando con mimo y sapiencia el vino de tea. Son guardianas de un secreto que se transmite como un sigiloso susurro entre barrancos, pinares y bancales. Bodegas familiares que trabajan un vino que raya lo artesanal y lo ecológico. Son pequeñas en tamaño, pero grandes en alma, y sostienen con sus manos, con su buen hacer, una tradición enológica que no quiere morir: Bodegas Onésima Pérez, con su premiado vino Vitega, Bodegas Eufrosina Pérez Rodríguez con la prestigiosa marca El Níspero; Bodegas Noroeste de La Palma, que da nombre a su vino Taedium Vino de Tea y Bodegas José David Piñeiro Rodríguez con Viñarda. Todas ellas son las que mantienen vivo el latido de la madera, el pulso de un vino que recoge en cada sorbo la memoria de esta isla bonita que siempre mira a las estrellas.
Así, el vino de tea es más que una bebida, es más que un vino. Es el aliento de un paisaje esculpido por la perseverancia del pueblo palmero, de las aldeas del norte de esta isla verde y volcánica. Los palmeros quieren que este vino sea reconocido en un futuro próximo como Bien de Interés Cultural en la categoría de Patrimonio Inmaterial de Canarias. Porque, más allá de su valor enológico, es un símbolo de identidad propio de la isla. Un vino que guarda en cada uno de los sorbos la memoria de los barrancos, de los bosques, de las casas que se aferran al volcán, del pino que resiste y del viento de salitre que acaricia las laderas. Un vino que, como la propia isla de La Palma, se niega a ser olvidado.
Fotos: DO Vinos de la Palma / Saborea La Palma
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