El comino es una de las especias más comunes dentro de la cocina española y, también de las más invasivas. Pasarse con el comino significa, en la mayoría de casos, convertir el plato en un festival encominado donde todo te va a saber a esta potente especia.
Aunque su sabor nos ofrece matices cálidos muy agradables, especialmente cuando equilibramos sabores ácidos, también es cierto que suele ir bien en recetas donde usamos legumbres, a las que ayuda también a nivel gastrointestinal, facilitando las digestiones cuando, además, nos pasamos de elementos grasos.
Algo relativamente común en nuestras cucharas de otoño y de invierno. Razón por la que hoy reivindicamos una especia que también se encuentra en la cocina de nuestro país, pero en mucho más desuso: la alcaravea.
Frecuente en los recetarios medievales, esta especia, de las cuales usamos sus semillas, tiene mucho predicamento en la cocina de Europa central y oriental, donde forma parte de platos calientes, de postres y de embutidos.
Con un sabor sutil entre el regaliz y el anís, la alcaravea ofrece aromas y sabores ligeramente terrosos y dulzones, pero sin tener la potencia del hinojo o del eneldo en este caso, siendo amable si añadimos un pellizco durante la cocción de nuestros guisos, aunque podemos sacarle más enjundia si la tostamos ligeramente antes de añadirla y, tras este gesto, la molemos.
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