Pocos símbolos de la globalización son tan reconocibles como la gran “M” amarilla de McDonald’s. Con más de 40.000 restaurantes en todo el mundo y presencia en más de un centenar de países, la cadena estadounidense se ha convertido en parte del paisaje urbano pero también rural.
En ciudades grandes o en pueblos medianos, resulta difícil recorrer unos kilómetros sin encontrar un local de la marca. Francia es un buen ejemplo de esa expansión. Con más de 1.600 establecimientos, es uno de los mercados más importantes para la compañía fuera de Estados Unidos.
De hecho, el objetivo declarado de la multinacional es que ningún ciudadano francés esté a más de veinte minutos en coche de un McDonald’s. Una estrategia de presencia total que hace todavía más llamativo el caso de una región que sigue resistiéndose: Córcega.
Según varios medios franceses como Ouest- France y Charente Libre, allí nunca se ha abierto un restaurante oficial de McDonald’s y, de momento, no parece que vaya a cambiar. La ausencia de McDonald’s en la isla no se debe a un solo motivo. Se juntan varios factores.
El primero, la alta complicación logística que implica abastecer una región insular, los costes añadidos por transporte marítimo y aéreo, y una población permanente relativamente baja que limita el mercado durante buena parte del año.
Al mismo tiempo, existe un fuerte orgullo culinario local. Los corsos valoran sus productos propios, la calidad artesanal, los quesos, embutidos y mariscos autóctonos, y una cadena multinacional como McDonald’s choca con esa tradición de cercanía y autenticidad.
Logística costosa e insularidad
Para McDonald’s, uno de los principios básicos de su modelo de negocio es la uniformidad: cada restaurante debe recibir productos iguales, con estándares de calidad muy controlados. En Córcega, para mantener ese estándar habría que sumar transporte marítimo o aéreo en cada entrega, lo que podría aumentar los costes de forma importante, hasta en un 30%.
Además, la población permanente de la isla ronda los 340.000 habitantes, lo que no siempre justifica la inversión en apertura de locales propios. El turismo eleva la población en verano, pero esa temporada alta no compensa la estacionalidad del resto del año a la escala económica necesaria.
Rechazo simbólico y sociocultural
Más allá de lo económico, en Córcega el rechazo al McDonald’s tiene también un componente simbólico. No se ve solo como una cadena de restaurantes, sino como un símbolo de globalización que podría empobrecer o desplazar la cocina local y los pequeños productores. Algunos proyectos de apertura han chocado con la resistencia de autoridades locales o comunidades que prefieren favorecer la gastronomía tradicional.
Hay ejemplos puntuales de situaciones tensas: en 2000, un local en construcción en Ajaccio, destinado a ser McDonald’s, fue destruido por incendio antes de inaugurarse, lo que muchos interpretan como una señal del nivel de rechazo que existe entre ciertos grupos.
Comparativa con otras cadenas
Si bien McDonald’s se ha resistido, otras cadenas de comida rápida como Burger King, Quick o KFC sí han logrado establecerse en Córcega, adaptando su modelo a las condiciones locales, ya sea en transporte, precios, o variando su oferta.
Eso sugiere que el problema no es la comida rápida per se (que gran parte del turismo abrazaría encantado), sino las particularidades del modelo de McDonald’s, su escala, sus requisitos logísticos y su forma de operar que puede resultar incompatible con los costes y la cultura local corsa.
Desde la propia empresa aseguran a estos medios que no hay por ahora proyecto concreto para abrir McDonald’s en Córcega. Uno de los argumentos es que el modelo económico se aplica mal en la isla, debido a los costes extra y los márgenes reducidos. También se ha señalado que para McDonald’s respetar sus estándares implicaría precios mucho más altos, lo que podría afectar la aceptación del público local.
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