Elegir vino blanco en un restaurante puede convertirse en un momento de puro estrés social. Camarero con libreta en mano, sonrisa profesional, y la inevitable pregunta: ¿Albariño, Verdejo o Godello? Lo que debería ser un gesto placentero se convierte en una incómoda ruleta de sabores. Sin referencias claras, uno improvisa o tira de tópico (Albariño suena fantástico). Y a menudo se equivoca.
En lugar de memorizar notas florales, matices minerales o historias de bodegas, un nuevo truco ha empezado a circular: asociar cada vino blanco con una fruta concreta.
Así, la experiencia se vuelve menos abstracta y más tangible. Porque todos saben a qué sabe una manzana o una pera, pero pocos entienden a qué se refiere exactamente un vino “con cuerpo medio y final largo”. Así lo explica la tiktoker @lacrimaterrae_ en su cuenta.
Sabe a manzana verde
Este método no sustituye al conocimiento técnico, pero lo simplifica. El Albariño, por ejemplo, se vincula con la manzana verde. Eso explica su perfil fresco, ácido y ligeramente cítrico. Es una opción ideal para quienes buscan vinos con energía, con ese punto de vivacidad que anima cualquier comida ligera o pescado.
Como un melocotón
El Verdejo, en cambio, se parece más a un melocotón aún sin madurar: afrutado, algo más dulce, pero con un fondo herbáceo que le da carácter. Es un vino menos punzante que el Albariño, pero más expresivo. Funciona bien con platos más complejos o incluso solo, como aperitivo. Esta versatilidad lo ha convertido en uno de los más populares en carta.
Igual que la pera
Godello es la tercera opción de este trío blanco. Su asociación es la pera: suave, redondo, sin excesos ni extremos. Es el vino para quienes no buscan grandes sobresaltos, pero sí equilibrio y elegancia. Ni muy ácido ni muy dulce, ni demasiado floral ni mineral. Una copa de armonía líquida.
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♬ Refreshing and light indie pop(1552207) - Cheng Lee
Este recurso sensorial permite a muchos consumidores tomar decisiones informadas sin recurrir a tecnicismos. Basta recordar una fruta y aplicar la lógica. Si apetece algo vibrante, manzana. Algo redondo y amable necesita pera. Si se quiere un punto más afrutado, mejor melocotón. Lo importante es que funciona, y no requiere formación previa.
Más allá de su utilidad práctica, el truco también ofrece un enfoque pedagógico sobre el vino. Acerca a quienes se sienten intimidados por las cartas extensas o los discursos enológicos. Porque elegir vino no debería ser una prueba de nivel, sino un gesto disfrutable.
Además, mejora la conversación en la mesa. En lugar de tartamudear ante el camarero o repetir “el de siempre”, uno puede hablar con más claridad de lo que desea. Incluso quien no bebe vino con frecuencia puede adquirir referencias con este método, lo que democratiza una experiencia aún muy marcada por el snobismo.
Esta es una forma inteligente de traducir lo técnico en cotidiano. Una estrategia que no sólo ayuda a elegir mejor, sino que invita a explorar nuevas opciones. La copa, al fin y al cabo, empieza mucho antes de llevarla a la boca.
Foto | Torsten Dettlaff
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