Jaime de las Heras
Editor SeniorMientras el mercado global del vino intenta reconfigurarse frente a una serie de tensiones geopolíticas, uno de los factores más desestabilizadores continúa siendo la política arancelaria de Estados Unidos. La administración de Donald Trump, en su regreso al poder, ha retomado con fuerza las barreras comerciales que afectan directamente a las exportaciones vinícolas europeas.
Estados Unidos, un mercado clave para el vino europeo, se ha convertido de nuevo en un escenario incierto, marcando una pauta de repliegue que está obligando a numerosos países productores a enfocarse con urgencia en el reordenamiento de sus mercados internos.
En este contexto de presión externa, se suma un fenómeno que preocupa aún más: el descenso del consumo mundial de vino. Ya no se trata solo de una coyuntura puntual, sino de una tendencia que amenaza con volverse estructural. La industria global se enfrenta a una doble amenaza: menos producción y, sobre todo, menos consumo.
España no escapa a este escenario adverso. Durante 2025, la viticultura nacional ha atravesado uno de los años más complejos en su historia reciente. La producción de vino ha sufrido una caída significativa, situándose en torno a los 31 millones de hectolitros.
Escenario 1: aranceles y menos producción
Esta cifra marca una de las cosechas más bajas de los últimos años. Solo entre agosto y octubre, correspondientes al inicio de la campaña 2025/2026, la merma fue del 8,1% respecto al mismo periodo del año anterior, con un total de 27,48 millones de hectolitros. Un descenso preocupante que se suma al recorte en la superficie cultivada y a la inestabilidad climática que continúa afectando a muchas zonas productoras.
A la par de esta reducción en la producción, el consumo interno también ha experimentado una bajada significativa. En este año 2025, los españoles han consumido 9,5 millones de hectolitros de vino, un 3,2% menos que en 2024. La cifra confirma una tendencia de descenso constante en el hábito de consumo nacional.
Se trata de un fenómeno que no es nuevo, pero que este año ha cobrado especial intensidad por la incertidumbre económica que afecta al país. Con menos poder adquisitivo, muchas familias prescinden del vino en sus compras habituales. No es percibido como un producto esencial, lo cual lo convierte en uno de los primeros en salir de la cesta de la compra cuando las cosas se complican.
Escenario 2: la apertura de nuevos mercados
También se mira con optimismo hacia la eliminación de barreras arancelarias en mercados clave como México o Mercosur. En paralelo, se han impulsado campañas nacionales para reforzar la cultura del vino dentro del país. La idea es revalorizar el consumo interno, no solo desde una perspectiva económica, sino también como parte del patrimonio cultural.
Desde la Federación Española del Vino (FEV), su director general José Luis Benítez considera que la incertidumbre económica ha sido uno de los mayores desafíos del año. Aunque la cosecha ha sido corta, se están implementando estrategias para mejorar la competitividad. El panorama de exportación no ha sido tan negativo: si bien se ha exportado menos volumen, el valor económico de los vinos vendidos ha crecido, especialmente en el caso de los tintos, que siguen teniendo buena demanda en el exterior.
La esperanza está puesta en que 2026 traiga algo de estabilidad. Las organizaciones del sector confían en que las medidas estructurales puestas en marcha, como The Wine Package, empiecen a dar frutos, mientras continúan apostando por la adaptación y la creatividad como herramientas clave para enfrentar un entorno cada vez más complejo. El vino español, entre el desafío global y las tensiones locales, se ve obligado a reinventarse.
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