Pocas experiencias domésticas son tan universalmente frustrantes como encender el horno y que la cocina se llene de un sospechoso olor a quemado. No hay nada dentro —al menos, eso parece— y sin embargo el hedor persiste. Uno podría pensar que vive encima de una panadería en ruinas.
La culpa no es del horno, ni de los alimentos, ni del destino. Es más bien de un gesto sencillo, tan básico que suele olvidarse por completo. La ironía es que se invierten horas en limpiar encimeras y fogones, pero el interior del horno se convierte en territorio comanche.
El problema suele estar en un punto concreto: la bandeja inferior. Esa olvidada repisa recoge cada gota, miga y grasa de todo lo que se cocina. Y como nadie la limpia con regularidad (porque no está a la vista), cada nuevo horneado se convierte en una sesión ahumada sin necesidad de parrilla.
Grasa acumulada
La grasa acumulada, junto con restos de comida carbonizada, se va pegando al metal como alquitrán a una chimenea. Con el calor, se liberan compuestos volátiles que generan ese olor a quemado tan característico. Es pura química.
Además del olor, este residuo puede afectar al sabor de tus platos. Los alimentos cocinados en hornos con residuos tienden a absorber estos aromas, lo que altera las propiedades organolépticas. Una lasaña con notas de pollo chamuscado de hace tres semanas no es una delicia gourmet.
Limpiar el horno una vez al mes debería ser obligatorio, pero no basta con pasar una esponja por las paredes. Hay que retirar bandejas, rejillas y, sobre todo, revisar la resistencia inferior, donde suele esconderse la suciedad más pegada.
No ventilar
Otro error frecuente es dejar el horno cerrado tras el uso, sin ventilarlo. El calor residual sigue cocinando cualquier partícula sobrante, convirtiéndola en ceniza incrustada. Dejar la puerta entreabierta acelera el enfriamiento y reduce este efecto.
No hay que esperar a que huela mal para limpiar. Una revisión rápida tras cada uso evita que se forme esa capa invisible de residuos. Un gesto mínimo con impacto máximo en la calidad del aire y de tus comidas.
Pasta de bicarbonato
Para una limpieza eficaz, conviene usar una mezcla de bicarbonato y agua, aplicada en pasta espesa sobre las zonas afectadas. Se deja actuar toda la noche y luego se retira con una espátula plástica. Ni olores, ni químicos. Otra opción pasa por aplicar agua y vinagre.
También existen productos específicos para hornos, aunque muchos contienen disolventes potentes. Si se eligen, debe ventilarse bien la cocina, proteger la piel y evitar su uso en zonas de contacto directo con los alimentos.
Foto | cottonbro studio
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