No fue premeditado. La tarde en que Río de Janeiro ganó a Madrid en la pugna por la celebración de los Juegos Olímpicos de 2016, caí en la cuenta de que al día siguiente tenía una reserva en Baby Beef Rubaiyat, un restaurante de marcado origen brasileiro.
En más de una ocasión, de camino a otro excelente restaurante situado al final del callejón, me había quedado impresionada por el despliegue que se barruntaba en su terraza, con cestos de pan y enormes bandejas llenas de aperitivos que bailaban sobre los brazos de los camareros. Tenía ganas de conocer este restaurante, y ese momento por fin llegó.
La fachada de piedra, jalonada por grandes ventanales de madera, da la bienvenida mientras nos aproximamos a la entrada. A la derecha podemos ver la terraza, que no deja indiferente y promete una velada nocturna a la luz de las abundantes velas. Pero estamos en octubre y preferimos ir a lo seguro, así que mantenemos nuestra reserva en el interior y en no fumador.
En Baby Beef Rubaiyat se puede reservar por teléfono, como en todos los restaurantes, pero también existe la posibilidad de hacerlo por Internet; esta es la vía que utilizamos y puedo asegurar que no hubo ningún problema. Al llegar, nada de listas tachadas, en un atril reposa un pequeño ordenador portátil en el que se reflejan las reservas. Esto solo es un anticipo, la organización es uno de los puntos fuertes de este local.
El personal es abundante y cada uno tiene su función, claramente diferenciada por la indumentaria. El servicio es atento y efectivo, cada uno tiene su papel muy bien aprendido.
Una vez en la mesa paladeamos la carta, y aunque la carta de vinos se hace de rogar, descubrimos en esta toda una enciclopedia de mil y un caldos, perfectamente clasificados en capítulos, y con explicaciones y peculiaridades sobre cada D.O.
Los precios oscilan entre los 7 euros de un rosado Julián Chivite Gran Feudo 2006, a los 1300 euros de un Château Petrus de 2004, entre más de mil referencias. Vino para todos los bolsillos, un detalle que en cartas mucho más modestas brilla por su ausencia.
Volviendo a la carta, en ella se puede encontrar una mixtura de platos de diversas procedencias: Brasil y Argentina, mezclado con platos de cocina mediterránea, y un género difícil de encontrar, el buey de Kobe.
Una vez tomada la comanda, la espera se dulcifica con una bandeja de aperitivos variados, una sorpresa que se verá superada cuando llega el cesto de los panes, momento en el que se puede elegir entre panes caseros integrales y blancos, cortados en rebanadas, entre los que el blanco con aceite a la parrilla es la estrella. Una vez escogido el pan, el cesto se resiste a volver a la mesa, por lo que es conveniente pedir una degustación de todos al principio.
Los platos comienzan a llegar a la mesa sin tardanza. Compartimos una parrillada de verduras con jamón ibérico y una empanada salteña de solomillo. La primera es correcta y en su punto, la segunda una auténtica delicia, con un toque especiado y picante inigualable.
De segundo, llegan una brocheta de solomillo, de gran tamaño y excelente punto y ternura, y una tirita, media tira de bife de tira. No quiero saber que hubiera sido de mí si pido la tira entera, las cantidades son más que generosas y la carne, tiernísima y suave, se corta limpiamente con el afiladísimo cuchillo. Las carnes se acompañan de crujientes patatas souffle, una guarnición que requiere un trato especial y que se sirve en pocos sitios.
A los postres, llega una carta con 19 platos que no bajan de los 7,5 euros, llegando hasta los 9,5. Servidora tiene la costumbre de probar platos nuevos siempre que los hay, y entre todos ellos, el quindin llama mi atención. Es un postre típico de Brasil, hecho de yema de huevo y ralladura de coco. En la boca, se licua ofreciendo un sabor puro a yema. Una delicia y toda una sorpresa. La panqueca "Cabaña las Lilas" de dulce de leche, llega a manos de mi compañero de mesa con un aspecto estupendo y recibe iguales alabanzas.
Con los cafés, llega la última sorpresa, una bandeja de petit fours presididos por una gran teja, a la que rondan pequeñas mignardises: pastas, trufas, naranja confitada y una ralladura con un penetrante olor a jengibre.
La carta marca el precio del cubierto en 4,90 euros, que en un principio puede parecer un exceso, pero si tenemos en cuenta que incluye los elaborados panes, una cuidada selección de aperitivos y los deliciosos petit fours, no lo es en absoluto.
A la hora de la cuenta, esta asciende a casi 70 euros por persona, sin privarnos de nada y escogiendo una botella de Lan Crianza de 2005. No es un gasto que se pueda hacer todos los días, pero para una ocasión especial como era el caso, resulta un acierto pleno.
Baby Beef Rubaiyat
C/ Juan Ramón Jimenez nº 37 Madrid 91 359 10 00 www.rubaiyat.es
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