Si algo ha quedado en la memoria colectiva al evocar las calas de la Costa Brava es esa imagen tan mediterránea como inconfundible: la de una pequeña playa encajada entre rocas, protegida por pinares que caen en cascada hasta casi tocar el agua.
El aroma a salitre se mezcla con el de la resina de los pinos, el rumor de las olas se confunde con el canto de las chicharras, y sobre la superficie transparente del mar se reflejan pequeñas casas encaladas, muchas de ellas con puertas y ventanas de un azul intenso que recuerda a Grecia.
Es el Mediterráneo más íntimo, más recóndito y más auténtico. Allí donde la naturaleza y la vida marinera tradicional todavía comparten espacio sin que una desplace a la otra. La Costa Brava, ese idilio costero gerundense que va desde Blanes hasta Portbou, es un mosaico de playas abiertas, acantilados imponentes y calas pequeñas que parecen pensadas para perderse del mundo.
Algunas de estas calas han alcanzado fama internacional por su belleza y accesibilidad. Cala Montjoi, en Roses, fue durante años conocida por acoger el restaurante ElBulli, pero incluso sin Ferran Adrià mantiene su encanto natural.
Cala Aiguablava, en Begur, es otra joya muy visitada, famosa por sus aguas turquesas y su fondo de arena fina. Cala Pola, en Tossa de Mar, se abre paso entre pinos y acantilados, mientras que Cala Futadera, también en Tossa, ofrece una experiencia más salvaje y tranquila, accesible solo por mar o por un empinado sendero. Y si se busca un ambiente más bohemio, Cala Tavallera, en el Cap de Creus, propone un rincón alejado de todo, donde el viento y el mar dictan las reglas.
Entre todas estas calas, hay una que resume como pocas el espíritu de la Costa Brava: Cala Sa Tuna. Situada en el término municipal de Begur, en la comarca del Baix Empordà, esta pequeña playa de apenas 80 metros de longitud es un ejemplo perfecto de integración entre paisaje natural y arquitectura tradicional.
Llegar hasta allí ya es parte de la experiencia: una carretera estrecha y sinuosa desciende desde el centro de Begur hasta el nivel del mar, donde se abre este rincón escondido que conserva el alma marinera sin dejar de ser accesible para el visitante.
La magia de Cala Sa Tuna, en Begur
Sa Tuna no es una playa de arena fina, sino de cantos rodados. Este detalle puede parecer un inconveniente para algunos, pero es precisamente lo que contribuye a mantener sus aguas cristalinas y su aspecto virgen.
El mar aquí es de un azul profundo, con zonas en las que se puede practicar snorkel gracias a la riqueza de su fondo marino. Justo al borde del agua, una hilera de antiguas casas de pescadores, muchas restauradas con esmero, ofrecen una postal que parece detenida en el tiempo. Algunas han sido reconvertidas en alojamientos o en pequeños bares y restaurantes donde se puede comer con vistas al mar, degustando pescado fresco y platos tradicionales del Empordà.
Además de la propia Cala Sa Tuna, Begur cuenta con otras playas y calas que merecen la visita. A poca distancia está Cala Aiguafreda, un pequeño puerto natural donde no hay arena, pero sí una plataforma de baño ideal para lanzarse al agua. Más al sur, se encuentra la popular Platja Fonda, escondida al pie de un acantilado y accesible solo a pie, lo que ayuda a conservar su tranquilidad incluso en los meses de verano.
También está Sa Riera, la playa más grande del municipio, con todos los servicios y un ambiente más familiar, sin perder el encanto de su entorno natural. Y no muy lejos, la mencionada Aiguablava completa el catálogo con su agua poco profunda y su fácil acceso, ideal para quienes viajan con niños o buscan comodidad.
En cuanto al mejor momento para visitar Cala Sa Tuna, la primavera y el inicio del otoño ofrecen una experiencia más relajada y auténtica. Durante estos meses, el clima es agradable, el agua ya tiene una temperatura aceptable para el baño, y la afluencia de visitantes es mucho menor que en julio o agosto.
Si se elige el verano, lo ideal es madrugar o alargar la jornada hasta el atardecer, cuando la luz se vuelve dorada y las casas blancas y azules brillan con una intensidad especial.
Visitar Cala Sa Tuna no es solo ir a la playa. Es dejarse envolver por la atmósfera de un lugar que ha sabido mantenerse al margen de la masificación, que sigue oliendo a mar y a pino, y que, con muy poco, dice mucho. Es una pequeña lección de lo que fue, y aún puede ser, la Costa Brava.
Imágenes | Visit Begur
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