En esta casa de Cáceres la reforma de una cocina se les fue de las manos: movió la frontera entre España y Portugal

Una obra ilegal en los años 50 en una casa de Cáceres propició que España le robase diez metros de país a Portugal

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Jaime de las Heras

Editor Senior
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Jaime de las Heras

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Reformas caseras: uno suele saber muy bien cómo empiezan —un cambio mínimo, una pared por aquí, una encimera por allá—, pero nunca cómo terminan. Tampoco se espera que esa reforma termine cruzando fronteras. Y sin embargo, eso fue lo que ocurrió, aunque no por desidia, ni por mala fe, sino por una costura tan improbable como divertida, cosida entre España y Portugal.

La historia transcurre en La Fontañera, una aldea diminuta en Cáceres, que pertenece al término municipal de Valencia de Alcántara. Un pueblo tan pequeño que apenas pasa de los cincuenta vecinos censados. En invierno, si hay suerte, viven allí quince. El resto del año, hay silencio.

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Y ese silencio se rompe justo donde acaba España. Comienza Portugal. En esa línea casi invisible, se asienta el último bastión español, en esa frontera imaginaria que separa España de Portugal y que popularmente se conoce como La Raya, marcando el límite geográfico de ambos países, como un zurcido enorme que se extiende desde Pontevedra hasta Huelva.

En esa frontera ambigua hay viviendas rurales pintadas de cal. Una en particular llama la atención: dos plantas, fachada encalada, y que ahora actúa como hotel rural. En una esquina, una piedra de hormigón lleva grabadas las letras P y E. En otras, mojones de granito más voluminosos definen un límite que a simple vista parece tan claro como difuso.

Curiosamente, aunque esa frontera se pactó ya en la Edad Media y se plasmó en mapas en 1926, pasaron años hasta que se marcó con precisión sobre el terreno. Esos mojones los colocan ejércitos, a uno y otro lado, y cada diez años se revisan. Pero, al menos hasta mediados del siglo XX, el control en estas tierras era más artesanal que técnico. No todos sabían exactamente dónde pisaban, y menos aún dónde construían.

Fue en los años cincuenta cuando ocurrió la gran torpeza. Sus dueños, gente del lugar, decidieron ampliarse la vida: una cocina más grande y otro sitio para los animales. Construyeron sin permisos, como se estilaba en un rincón remoto así. En ese descuido, parte del nuevo muro se coló unos metros dentro de Portugal. Nadie lo advirtió. Ni ellos. Ni el Ayuntamiento. Ni los técnicos.

Todo iba como un domingo cualquiera, hasta que apareció la Comisión de Límites. Su trabajo: revisar que las piedras fronterizas estuvieran bien. Al llegar, se toparon con una sorpresa: la casa española había colado su cocina en territorio portugués.

Ese cruce no humillante, sí curioso, llamó la atención. Pero en lugar de ordenar derribo o multar, se optó por otra solución: mover la frontera. Literalmente. Un funcionario agarró un mojón y lo trasladó unos metros, ya puestos. Si la piedra define el límite, la frontera se desplaza con ella. Y así, esa cocina cruzadora quedó del lado español, con informes firmados en Madrid y Lisboa, y el problema, resuelto. Y sin ruido.

La picaresca se mezcla con la geografía. Una reforma que no pedía nada, se encontró con lo más sutil: un reajuste territorial. No fue invadir. Fue despistar los mapas, sin querer. Y que una cocina pase a formar parte de la frontera. No es que movieran una muralla. Simplemente, al mover un mojón, movieron la línea. Así, sin alharacas.

Cuando uno recuerda esa escena, es inevitable sonreír. Algo tan banal como ampliar un fogón se transforma en una anécdota digna de libro. Y lo fue: aparece en Historiones de la geografía, de Diego González, donde se cuentan episodios sorprendentes que revelan que, a veces, la cartografía se adapta a la vida cotidiana. Y no al revés.

Así, esa casa rural sigue donde siempre, rodeada de silencio y frontera, pintada de cal y mojones. Con una cocina que no sabe de límites y una frontera que sí sabe de ella. Lo épico no está en invadir. Está en no percatarse de haber invadido. Y en verlo resuelto con una piedra mal colocada. O bien colocada, según se mire.

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