Hornear como terapia o por qué el coronavirus ha hecho que todos nos pongamos a hacer pan, bizcochos y tartas

Hornear como terapia o por qué el coronavirus ha hecho que todos nos pongamos a hacer pan, bizcochos y tartas
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Cecilia está inquieta. Como decenas de millones de españoles apenas sale de casa tras la declaración del estado de alarma. Su empresa, una pequeña editorial, ha declarado un ERTE: sin tiendas que vendan libros y las imprentas cerradas es imposible proseguir la actividad.

En casa no hay mucho espacio para el esparcimiento. El marido de Cecilia teletrabaja y su hijo, de nueve meses, no para quieto. Pero en cuanto el bebé se duerme la siesta, Cecilia enciende el horno para preparar bagels. “Cuando estoy nerviosa hago bagels”, explica. “Me relaja”.

No es la única que encuentra consuelo en el horno. El tráfico en Directo al Paladar de las recetas de pan, bizcochos, tartas y todo tipo de masas horneadas se ha multiplicado desde la declaración del estado de alarma.

Al margen de los temas de actualidad, las entradas más leídas esta semana han sido la receta de masa madre, los consejos para hacer pan casero, los recopilatorios de postres y tartas y todas nuestras propuestas de bizcochos como el bizcocho de yogur.

El horno compite con la televisión por ser la estrella del confinamiento. Pero es bastante más importante. La cocina, el hogar, es, y ha sido siempre, el epicentro de nuestras casas.

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Hornear para mantener unida a la familia

“Horno” y “hogar” tienen el mismo origen etimológico: de la palabra latina “focus” (fuego, hoguera), y de ahí “furnus” (horno) y “focaris” (hogar). Ahora que en casi ninguna casa tenemos fuego como tal, el horno es lo más parecido a este y, como ocurre con una buena hoguera, sirve de punto de encuentro. Algo esencial en tiempos difíciles.

Diana Henry, la periodista culinaria de The Telegraph, lleva 20 años trabajando en casa. Esta acostumbrada a pasar el día entre cuatro paredes, y a cocinar, pero como explica en una columna, el confinamiento ha cambiado por completo sus hábitos.

“De repente siento como si el hogar fuera más importante de lo habitual”, explica Henry. “Normalmente, las personas hacen su vida, van a trabajar o a ver a amigos y el hogar es solo una base. Pero si estamos confinados (…) el hogar, por ahora, es nuestro mundo. Y, debido a esto, me siento obligada a que sean un buen lugar en el que estar, así que horneo”.

Como apunta la periodista, “hornear crea una sensación de confort”.

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Una actividad predecible

En la era precoronavirus, el horno apenas se usaba entre semana, si acaso para cocinar pescado (bien) o revivir alguna pizza congelada (mal), pero ahora que mucha gente tiene todo el tiempo del mundo y el hogar vuelve a ser el centro del mundo, necesitamos llenar la casa de olor y calor. Pero también de certidumbre.

La mayoría de los procesos que acompañan a la elaboración de panes, bizcochos o tartas tienen mucho que ver con la meditación: son actividades relajantes y predecibles. Hay clínicas, incluso, que utilizan talleres de cocina como herramientas en el tratamiento de la depresión.

La panadería y respostería se distinguen del resto de cocina por su precisión: si respetas los ingredientes y los procesos las cosas salen bien. Son recetas que se parecen a formulas matemáticas, en las que no hay lugar a la improvisación, algo que se agradece en tiempos como estos, en los que no sabes qué pasará mañana pero temes, con razón, que todo irá a peor. Y, a diferencia de un cena o una comida, que desaparece en cuestión de minutos, un bizcocho, una tarta o un pan puede estar entre nosotros días.

En una sociedad líquida, tal como la definió el sociólogo Zygmunt Bauman, en la que “la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos”, hacer pan es una suerte de isla: nos recuerda que todo lo bueno en esta vida lleva tiempo, pero tiene una recompensa compartida.

Imágenes | iStock
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