La escena parece sacada de una película de terror en versión gastronómica: botellas antiguas, abiertas y con un pasado desconocido que esperan un comprador al otro lado de la pantalla. El mercado de bebidas corruptas en internet es una rareza donde lo viejo y lo imprevisible alcanzan un valor tan extraño como inquietante.
En este rincón digital, donde la picaresca comercial manda, no existen normas estrictas ni controles sanitarios fiables. Se venden desde botellas de vino de hace décadas hasta refrescos cuyos gases habrán desaparecido antes de cambiar de siglo. El atractivo parece residir tanto en la nostalgia como en la curiosidad morbosa por abrir un recipiente que debería haberse desechado hace mucho.
Tras años de almacenamiento en sótanos desconocidos, al fondo de un armario poco recurrente o al sol de un garaje, la química interna de estos líquidos cambia para convertirse en un riesgo palpable para la salud humana. No hay etiqueta que garantice que lo que se ofrece sigue siendo potable, ni siquiera salubre.
Lo más llamativo es que estos productos no solo alcanzan precios desorbitados (para lo que son), como todo coleccionable, sino que algunos compradores hacen alarde de haberlos conseguido.
El hecho de hacerse con una lata de refresco de hace 30 años y subirla a redes sociales parece haberse convertido en un espectáculo en sí mismo, donde la fascinación morbosa juega un papel clave.

Coleccionable con carga bactereológica
Plataformas de segunda mano como Wallapop y eBay registran estos anuncios, donde cualquier botella antigua parece convertirse en una especie de reliquia comercial.
El argumento de venta es casi siempre el mismo: “artículo raro para coleccionistas”. Lo que no mencionan es que, junto con la rareza, viene una carga bacteriológica de lo más extravagante.
La comunidad de entusiastas está dividida. Por un lado, quienes ven en estos productos una especie de cápsula temporal que merece conservarse intacta para la posteridad. Por otro, expertos en microbiología que alertan sobre la irresponsabilidad de comercializar productos cuyo estado no garantiza ninguna seguridad para el consumo humano.
El fenómeno responde claramente a la absurda tentación de invertir en un artículo que, aunque potencialmente tóxico y desconocido, guarda un aura de misterio alrededor de su origen. El mercado no distingue entre artefactos históricos y simples desperdicios embotellados.
Lo que demuestra esta tendencia es que, en un mundo donde casi cualquier cosa tiene precio, siempre habrá quien apueste por darle un valor comercial a lo inservible.
Porque, al final, lo que aumenta no es tanto la oferta de botellas antiguas, sino la disposición de algunos a pagar por abrir la puerta al desconocido universo de las bebidas corruptas.
Imágenes | Wallapop