Quien haya seguido un programa de cocina puede imaginar el glamour y el brillo de la alta gastronomía. Sin embargo, Marc Ribas es el tipo de profesional que no duda en confesar que, al menos una vez, su pasión (la cocina) lo dejó a cero.
Arrancar un restaurante no fue un acto de romanticismo escalofriante, sino una caída dolorosa que reconoce abiertamente y positiviza como aprendizaje en una entrevista al portal Rac1.cat.
Ribas lo recuerda así: su primer restaurante abrió en plena crisis del ladrillo, que empezó en 2008, cuando la gente dejó de consumir y salir de casa y el resultado fue devastador. Se arruinó, sí, literalmente. Contrajo deudas que lo aplastaron, se encontró contando monedas para llegar a fin de mes.
Fue un golpe tan duro que el cierre fue un punto de inflexión, una drástica transformación que lo marcó para siempre. Esa experiencia, lejos de hundirlo, lo lanzó hacia un aprendizaje incalculable.
Con el tiempo, aquel traspié dejó de ser un estigma para convertirse en una lección fundacional. Marc Ribas asegura que fue también uno de los capítulos más enriquecedores en lo personal: aprendió a hacer números, porque reconoce que en aquel momento los hizo "mal".
Un plan de negocio
Sobre cuál es el error más grande que puede tener un restaurador, asegura que el no plantear la restauración como una empresa. "Te arruinarás". Asegura que muchos abren por romanticismos, porque les gusta cocinar, "pero no hacen un plan de negocio ni calculan presupuestos".
Asegura que es un sector que durante mucho tiempo ha funcionado como base de familias que trabajan muchas horas y con una "economía sumergida", pero cuando se quiere profesionalizar y convertirse en negocio, "muchos caen por no haber hecho este trabajo previo".
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