La historia tiene caprichos tan peculiares como que algunos de los monumentos más increíbles de nuestro patrimonio estén casi escondidos en lugares, a nuestros ojos de hoy, intrascendentes. Porque Madrid no ha sido siempre la capital ni solo las grandes ciudades acumulan arte y cultura; solo hay que explorar territorios de interior como Tierra de Campos para maravillarte con monumentos totalmente inesperados.
Puede que el nombre de Villalcázar de Sirga sea totalmente desconocido para quienes nunca se han acercado a esta comarca de Castilla y León, pero su papel en la historia de España ha dejado una huella aún hoy más que visible. Con solo unos 175 habitantes, y una superficie que apenas supera los 25 kilómetros cuadrados, este diminuto pueblo sorprende a quien llega siguiendo el Camino de Santiago, o quizá atraído por las bondades gastronómicas del lugar, que sí son conocidas entre los aficionados a la cocina castellano-leonesa.
Podríamos decir que Villalcázar de Sirga esconde un secreto, pero es difícil ocultar el impresionante templo medieval que domina el perfil del municipio, bien visible ya desde la lejanía. Es la iglesia de Santa María la Blanca, conocida popularmente como la catedral de los Templarios, pues sus dimensiones, pretensiones y riqueza artística son, sin duda, dignos de tal categoría.
Su construcción está ligada al propio pueblo, pues se sitúa en una zona estratégica del Camino Francés hacia Santiago. Tras la reconquista del territorio por las tropas cristianas, la zona pasó a ser una de las encomiendas más antiguas de la Orden del Temple en Castilla, aunque su condición no está documentada como tal hasta principios del siglo XIV. Sí sabemos que mucho antes ya tenía una notable importancia como santuario de devoción mariano con carácter real, muy ligado además a Alfonso X y su hijo Sancho IV.
La iglesia comenzó a construirse hacia finales del siglo XII adoptando las nuevas modas que llegaban de Francia, combinando en sus primeras fases aún signos del románico tardío con el primer gótico que se impondría en los siglos siguientes. Aunque la portada de su fachada occidental se perdió con el terremoto de Lisboa de 1755, su fachada sur se sobra y se basta para presumir de ser una de las más monumentales de nuestro patrimonio.
Es un templo en planta de T con tres naves levantado con sillería de grandes dimensiones, destacando al exterior los contrafuertes que sostienen los empujes estructurales del interior. Siguiendo el estilo característico del gótico, la nave central es mucho más ancha y alta, y culmina en una cabecera con cinco capillas, siendo las tres centrales parte de un solo espacio alineado, mientras que las otras dos se cierran con ábsides poligonales. Cuenta además con un crucero doble, gruesos pilares rematados por dobles columnas, arcos apuntados y bóvedas de crucería que cubren las naves a una más que notable altura.
La fachada sur, la que sí se ha conservado, se estructura con un pórtico que alberga dos portadas, la de acceso al templo y la portada de la capilla de Santiago, ambas profusamente decoradas con figuras dispuestas en sus arquivoltas y frisos, representando a todo tipo de personajes y episodios bíblicos, esculpidos con gran calidad e inquietud artística.
Además del propio conjunto arquitectónico, que impresiona tanto al exterior como al atravesar sus puertas, la iglesia Santa María alberga obras muebles que también sorprenden al visitante. El retablo mayor es una de las piezas clave del conjunto, que merece la pena ser contemplado con calma, pero quizá destacan más aún los sepulcros de la capilla de Santiago, iluminada con un bello rosetón.
Son tres; el del caballero de la Orden de Santiago don Juan Pérez, y la pareja que forman los Sepulcros del infante don Felipe de Castilla de Suabia y de su segunda esposa. Son estos últimos dos de los mejores ejemplos de escultura gótica de España y de Europa que aún conservan parte de la policromía original, todo un tesoro único por las escenas llenas de detalles que acogen en sus relieves.
Justo al lado se encuentra la conocida como Virgen de las Cantigas, figura gótica sedente con el Niño que pudo haber estado en la fachada perdida por el terremoto. A esta Virgen se se le atribuyeron los milagros que Alfonso X el Sabio inmortalizó en las Cantigas de Santa María, obra literaria en la que el propio pueblo de Villalcázar de Sirga -Villasirga por entonces- aparece mencionado como uno de los grandes santuarios marianos.
La iglesia de Santa María por sí sola es un buen reclamo para visitar esta zona de Tierra de Campos y recorrer el pequeño pueblo, donde siempre es buena idea hacer una parada para probar la cocina del popular Mesón Los Templarios, el de "Pablo el Mesonero", y explorar un poco un territorio en el que no solo los peregrinos del Camino encontrarán atractivos para hacer más de una parada.
Imágenes | Palencia Turismo - Ángel M. Felicísimo