Cuando alguien habla de "conectarse" en 1995, no era tan simple como abrir WhatsApp. El hostero y tiktoker @eloyfs1983 recuerda que visitaba ese bar varias veces en los primeros pinitos de internet, "iba lentísimo y se colgaba la conexión a cada momento".
No se equivocaba: el primer cibercafé de Barcelona, El Café d'Internet, abrió en mayo de 1995 con nueve ordenadores en la céntrica Gran Via con Pau Claris, solo un mes después de que lo hiciera La Ciberteca en Madrid, el pionero en España y el segundo en Europa.
Según lo narra en un clip de TV3 el famoso periodista hoy Carles Porta, ese espacio fue uno de los pocos puntos desde donde los ciudadanos podían conocer Internet. Era todo un experimento social envuelto en cableado, lentos módems y muchas ganas de navegar.
Para muchos, terminó siendo una experiencia tan nostálgica como frustrante: maravillosa por lo nuevo, pero lenta y caprichosa como pocas. Entrar a la red podía costar lo mismo, en tiempo, que tomarse un café.
Hoy, esa esquina de Barcelona sigue viva: alberga locales de restauración y comercio orientados a los miles de extranjeros que pasean por la ciudad, pero ya no se escuchan las teclas frenéticas intentando cargar HTML básico. El espíritu digital ha migrado a routers invisibles en salones y bolsillos y conexiones sin cables que no habríamos creído jamás.
El boom de los cíbers
La inauguración de El Café d’Internet fue apenas el inicio de una ola como supimos mucho más tarde: de tres cibercafés en toda España en 1995, se pasó a 80 en 1996 y casi 150 en 1998, especialmente en Catalunya, Andalucía y Madrid, una expansión de la que no queda ni rastro hoy en día. Un fenómeno, el de las tecnológicas, que también tuvo su burbuja.
Al comienzo, estos establecimientos combinaban café y refrescos con tecnología: se pagaba por tiempo de conexión a Internet, con ordenadores dispuestos como si fuesen una biblioteca digital, y donde lo que menos importaba lo que se tomaba. La experiencia era social y técnica al mismo tiempo. Era raro navegar uno solo, y lo habitual era hacerlo en grupo. Más tarde, empezó a desaparecer el factor café y los cíber parecían más una copisterías donde se podía cargar el móvil, llamar y sacar copias que a una cafetería.
Del primer al último cíber barcelonés
Pero a medida que el acceso doméstico e inalámbrico se popularizó, estos locales fueron perdiendo clientela. Casi desaparecieron, aunque unos pocos sobrevivieron transformándose en locutorios o en cafés-con-wifi. Los pocos locales que aún existen, como Bornet Internet Café en el Born, operan como memoria viva de aquellos primeros días. Son una excepción nostálgica en la era donde el móvil reina. Algunos lo definen como una “cibercafetería con comodities para la conexión segura, ambiente relajado y hogareño, ecléctico y acogedor”.
El Café d’Internet de Barcelona marcó el comienzo local de una revolución silenciosa. Aunque con conexiones inestables y cuelgues frecuentes, sus primeras sesiones fueron tan memorables como imperfectas. Hoy, su recuerdo sirve para valorar lo que tenemos en casa y en la palma de la mano: Internet al instante, sin café obligatorio, pero con datos veloces y virtualmente infinitos.
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