Cómo conservar el turrón que te ha sobrado para el año que viene: no cometas este error común

Algunos aplican a rajatabla el dicho popular de “Hasta San Antón, Pascuas son”, e incluso hay quien no finiquita las fiestas hasta La Candelaria. Pero la mayoría ya estamos saturados de dulces tras engullir el último trozo de roscón y surge el dilema de qué hacer con los turrones que nos han sobrado para no desperdiciarlos.

El turrón cuyo envase haya sido abierto tiene una vida útil más corta que los paquetes que ni han tenido la posibilidad de salir de su envoltorio. En esos casos es más recomendable usarlo en recetas de aprovechamiento, como unas galletas de turrón. Aunque teóricamente no se vaya a echar a perder, sí se estropeará con el paso del tiempo y llegaría rancio y con mala textura y sabor a las próximas navidades.

Ya sabemos que los turrones tradicionales, el turrón de Jijona y el duro turrón de Alicante, se distribuyen con fecha de consumo preferente, y no con fecha de caducidad. Recordemos que esto nos indica que no caducan como tal, no tienen un límite seguro de consumo como, por ejemplo, el pescado fresco, ni siquiera abiertos. Solo pueden ir perdiendo calidad y propiedades organolépticas.

La ventaja que tienen estos dulces es su alto contenido en azúcares, que actúa como conservante natural y los hace más resistentes frente al ataque de microorganismos o mohos. También la grasa natural de las almendras ayuda a conservarlo, convirtiéndose en un dulce que, a efectos prácticos no caduca.

Sin embargo, no todo vale para conservar el turrón en buen estado de un año para otro: su mayor enemigo es el propio ambiente.

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Los inconvenientes de la nevera

A pesar de lo que solemos pensar, y por mucho que sea lo más indicado por expertos en higiene y seguridad alimentaria, el turrón nunca debe guardarse en la nevera. Sí, se conservará más a salvo de un posible ataque de agentes externos -incluyendo insectos y roedores golosos-, pero estaremos arruinando su calidad.

Los propios profesionales y artesanos del sector nos advierten de ello, como hacen desde Manuel Iborra o en Turrones Picó. Y solo tenemos que leer los envases de turrones y tortas imperiales para comprobar cómo nos aconsejan almacenarlos: en un lugar fresco y seco. Eso no incluye el frigorífico, ni el congelador.

La nevera tiene una temperatura demasiado baja y un ambiente que suele generar humedad para mantener mejor los alimentos frescos. Y, por si fuera poco, suele acumular todo tipo de olores, aunque no siempre los percibamos. Estas condiciones alteran la estructura tanto del turrón duro como del blando, solidifican en exceso los azúcares y pueden hacer sudar la grasa de la almendra.

Por eso, como podemos leer en envases de, por ejemplo, El Almendro, se deben conservar en un lugar fresco y seco, a no más de 20 ºC y una humedad máxima del 65%. Así, el mejor sitio para conservarlo sería en una alacena o despensa, en la zona más fresca de la vivienda, lejos de la luz solar, de olores extraños y de cualquier fuente de calor, mejor en un estante no muy alto ya que el calor sube y se concentra en altura.

Si vivimos en una zona muy calurosa y con una altísima humedad, entonces sí sería recomendable recurrir a la nevera en los peores días del verano, preferiblemente en la zona menos fría del electrodoméstico y controlando la humedad. Si podemos introducir el envase en otro recipiente hermético, o envasar al vacío, mejor.

El turrón blando de Jijona se conservará mejor si se mantiene en condiciones adecuadas y estables, ya que el duro puede perder el crujiente de la almendra tostada y también podría reblandecerse en exceso la oblea. Eso sí, en el momento en el que el turrón de Jijona se expone al aire, empezará a absorber olores, exudar grasa y enranciarse rápidamente. La almendra molida es muy delicada.