Decidir qué planta tener en casa es solo el primer paso. El segundo, muchas veces ignorado, es elegir dónde ponerla, y no sólo de estancia, sino propiamente de cuenco: la maceta importa. Y no solo por estética, sino por algo más básico y vital: la supervivencia vegetal.
Algunas macetas son tan bonitas que nos hacen olvidar que son trampas mortales para las raíces. Otras, más humildes, ofrecen lo que toda planta necesita: espacio, transpiración y estabilidad. Pero claro, entre diseño y funcionalidad, el conflicto decorativo es inevitable.
Las macetas de plástico son ligeras y económicas. Retienen mejor la humedad, algo útil si olvidas regar. Pero también pueden sobrecalentar la tierra o dificultar la transpiración. No son malas, pero requieren control y ubicación estratégica y fresca.
Viva el barro cocido
El barro cocido, en cambio, permite una mejor oxigenación de las raíces. Su porosidad ayuda a evitar el exceso de agua, pero también exige riegos más frecuentes. Ideal para plantas que detestan la humedad estancada, como cactus o suculentas de raíces delicadas.
La cerámica esmaltada combina diseño y funcionalidad, aunque suele ser más cara y pesada. Su ventaja es que mantiene la temperatura más estable y evita fugas de agua, aunque si no tiene orificio de drenaje puede convertirse en una trampa mortal.
Colgantes, biodegradables o transparentes
También existen macetas colgantes, autorregables, biodegradables o incluso transparentes. Cada una tiene un uso óptimo y una limitación clara. Cada una está pensada para una ocasión o planta concreta.

La clave está en adaptarla a la especie, al ambiente y a tu ritmo de riego. Por ejemplo, las transparentes son óptimas para las orquídeas, mientras que las biodegradables son ideales para planteles y pequeñas semillas que después poblarán el suelo de raíces.
Las autorregables son geniales para plantas que necesitan constante suministro de agua, y las colgantes son perfectas para plantas en cascada, como las cintas, cuya belleza recae en su caída.
Si dudas, el mejor consejo es empezar por lo clásico: barro con orificio y plato. A partir de ahí, ir probando según tipo de planta. Porque no todas las raíces aceptan ser presas del diseño. Se rebelan y mueren en el intento.
Foto | Huy Phan y cottonbro studio
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