Escapadas de fin de semana: los 16 mejores destinos de España donde desconectar y comer bien

Desde ciudades Unesco hasta villas marineras, pasando por capitales de interior, pueblos llenos de magia y rutas gastronómicas imprescindibles

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Jaime de las Heras

Editor Senior
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Jaime de las Heras

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Hay fines de semana que se alargan más allá de las horas que marca el calendario. Son esos días en los que uno decide poner distancia a la rutina, cerrar el portátil y dejar que una maleta ligera baste para cambiar de aire, desde grandes ciudades cargadas de patrimonio hasta algunos de los pueblos más bonitos de España.

España, por fortuna, es un país que regala destinos cercanos pero distintos, capaces de transformar un simple par de días en una experiencia completa. Desde ciudades monumentales con siglos de historia hasta pueblos marineros que resisten al turismo masivo, pasando por comarcas enteras dedicadas al vino o villas que guardan la esencia de un pasado noble, cada lugar encierra una forma diferente de desconexión.

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Viajar un fin de semana es aprender a condensar lo esencial: un paseo al caer la tarde, una visita inesperada a un monumento, una sobremesa que se alarga entre brindis o el descubrimiento de una receta que sabe mejor porque se comparte sin prisas. Es, también, comprobar cómo el tiempo se ensancha cuando se cambia de escenario y se permite al cuerpo encontrar otro ritmo.

A veces la escapada es hacia la costa, donde el mar impone su cadencia y obliga a respirar más despacio. Otras, hacia el interior, en busca de plazas porticadas, bodegas centenarias o murallas que se iluminan de noche y parecen contar historias. Lo mismo da elegir un pueblo escondido que una capital Patrimonio de la Humanidad: en dos días basta para que la sensación de viaje sea plena.

Índice de Contenidos (16)

Ribadesella (Asturias)

Ribadesella

Entre el Cantábrico y la montaña, Ribadesella se abre como una postal marinera que combina tradición pesquera, historia y elegancia indiana. El paseo marítimo de Santa Marina, jalonado de casonas señoriales, invita a caminar sin prisa mientras la brisa del mar acompaña. De hecho, es de justicia citarlo entre los pueblos más bonitos de Asturias.

El casco histórico, con la plaza Nueva y sus soportales, conserva la esencia de villa marinera y sorprende al viajero con rincones llenos de vida. No muy lejos, la Cueva de Tito Bustillo guarda algunas de las pinturas rupestres más importantes de Europa, declaradas Patrimonio de la Humanidad.

En la mesa, Ribadesella conquista con sabores intensos y algunos restaurantes imprescindibles como La Huertona, una de las mejores parrillas de Asturias, y también con una dulcería imprescindible.

Haro (La Rioja)

Haro

Haro es sinónimo de vino. Considerada la capital del Rioja, la ciudad riojana se ha convertido en meca del enoturismo gracias a su célebre barrio de la Estación, donde se concentran algunas de las bodegas más prestigiosas de España como La Rioja Alta S.A., Cvne, Muga, Roda, López de Heredia o Gómez Cruzado.

Más allá del barrio de la Estación, pasear por su casco antiguo es un viaje al pasado: palacios barrocos, iglesias monumentales y calles animadas donde el vino es siempre protagonista.

El 29 de junio, la ciudad se tiñe de rojo en la Batalla del Vino, fiesta declarada de Interés Turístico Nacional. Celebraciones, la gastronomía riojana acompaña la experiencia con patatas a la riojana, chuletillas al sarmiento o embuchados, pero también estrellas Michelin de la potencia de Nublo.

Córdoba (Andalucía)

Córdoba

Córdoba es una ciudad para perderse y dejarse llevar por la historia. La Mezquita-Catedral, joya del arte islámico, deslumbra a todo aquel que cruza sus puertas. Las calles de la Judería, con patios floridos y rincones tranquilos, invitan a caminar sin rumbo, mientras que el Alcázar de los Reyes Cristianos recuerda su pasado como corte de reyes.

En primavera, el Festival de los Patios convierte la ciudad en un espectáculo de color y aroma, reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. No obstante, Córdoba es un pequeño paraíso al que acercarse en cualquier momento del año.

El paladar encuentra aquí una de sus grandes recompensas: el salmorejo, el rabo de toro o las berenjenas con miel de caña son imprescindibles en sus bares, tascas y tabernas, donde también se cuelan referencias de altísima cocina como Noor (con tres estrellas Michelin), amén de clásicos como Casa Pepe de La Judería o Taberna La Montillana.

Ávila (Castilla y León)

Avila Panorámica de la ciudad de Ávila. ©Ayuntamiento de Ávila.

En la meseta castellana, Ávila se reconoce desde lejos por su muralla medieval, una de las mejor conservadas de Europa. Dentro, iglesias románicas, palacios renacentistas y conventos ligados a Santa Teresa le dan un aire espiritual y solemne.

Pasear de noche junto a sus murallas iluminadas es una de esas experiencias que quedan grabadas en la memoria del viajero. De hecho, incluso hay varios tramos del adarve de la muralla sobre el que se puede caminar, incluyendo un pequeño lienzo donde queda enclaustrada la catedral, que sirve incluso de fortificación, y que tiene el honor de ser una de las primeras catedrales góticas de España.

En la mesa, Ávila se entrega a los sabores contundentes: chuletón a la brasa, judías del Barco o las dulces yemas de Santa Teresa. Eso no quita que haya margen para la creatividad y a romper lanzas en favor de una vanguardia bien entendida como la que encabeza el estrella Michelin Barro o, incluso, una propuesta más terrenal e igualmente sabrosa como la del restaurante Surco.

Denia (Alicante, Comunidad Valenciana)

Denia

Abierta al Mediterráneo, Denia es un destino que combina playas infinitas, tradición marinera y una cocina que la ha llevado a ser reconocida como Ciudad Creativa de la Gastronomía por la UNESCO.

Su castillo, vigilante sobre la ciudad, regala vistas sobre el puerto y el Montgó, parque natural que invita a las caminatas entre pinares y miradores. El barrio de Baix la Mar, con sus calles estrechas y casas de pescadores, guarda aún el alma marinera de la localidad.

En la mesa, Denia brilla con su producto estrella: la gamba roja, considerada una de las mejores del mundo. Arroces de todo tipo, fideuàs y guisos marineros completan una oferta que convierte la escapada en un viaje gastronómico de primer nivel. Para un plus ultra, no dejes de echar un vistazo a la propuesta de élite culinaria que Quique Dacosta ofrece desde su tres estrellas Michelin.

Alcalá del Júcar (Albacete, Castilla-La Mancha)

Alcalá del Júcar

Escondida en la hoz del río Júcar, esta localidad albaceteña se descuelga por la ladera de la montaña en un conjunto urbano espectacular. Sus casas blancas, escalonadas en la roca, crean una estampa inolvidable, coronada por el castillo árabe que domina el valle.

El puente romano y las cuevas excavadas en la roca, hoy reconvertidas en bares y miradores, ofrecen al visitante una experiencia única. No es casualidad que Alcalá del Júcar sea uno de los pueblos más bonitos de Albacete y, por méritos propios, uno de los más bonitos de España.

La cocina local combina tradición manchega con productos de la ribera: gazpachos manchegos, ajoarriero, morteruelo y, de postre, el alajú o los rolletes de anís. Todo ello acompañado de los vinos de La Manchuela, cada vez más reconocidos, con algunas bodegas muy potentes como Ponce o como Casa Castillo.

Manresa (Barcelona, Cataluña)

Manresa

A orillas del río Cardener, en el corazón de la comarca del Bages, Manresa es una ciudad que respira historia y espiritualidad. Su basílica gótica de Santa María de la Seu domina el perfil urbano y guarda tesoros arquitectónicos que recuerdan la importancia de la ciudad en la Edad Media.

No menos relevante es la Cueva de San Ignacio, lugar de retiro del santo, que hoy se ha convertido en centro de peregrinación y reflexión. Pasear por su casco antiguo, con plazas animadas y comercios tradicionales, es descubrir una Cataluña interior vibrante.

La gastronomía manresana se nutre de los productos de la huerta del Bages y de la tradición catalana: embutidos, quesos artesanos, platos de caza y el célebre bacalao a la manresana. Además, los vinos locales, muchos de ellos adscritos a la Denominación de Origen Pla de Bages demuestran que el interior de Barcelona tiene más que decir de lo que a veces parece.

Almagro (Ciudad Real, Castilla-La Mancha)

Almagro Plaza mayor de Almagro. ©Turismo de Almagro.

Almagro es teatro en esencia. En su Plaza Mayor porticada, de un inconfundible color verde, se respira la grandeza de la villa que fue centro cultural en el Siglo de Oro. Aquí se encuentra el Corral de Comedias, único en el mundo que ha llegado íntegro hasta nuestros días y que sigue albergando representaciones, especialmente durante el Festival Internacional de Teatro Clásico.

El convento de la Encarnación y los palacios renacentistas completan una escapada cargada de historia que es perfecta en cualquier momento del año, pero que vive su eclosión en primavera y otoño.

En la mesa, Almagro conquista con sus famosas berenjenas en vinagreta, perfectas para abrir el apetito, junto a guisos manchegos como el pisto, el tiznao o las migas. Junto al clasicismo, algunas propuestas locales como las de La Tabernilla de Jaime Velasco proponen reinventar las recetas tradicionales sin perder el norte.

Zarauz (Guipúzcoa, País Vasco)

Zarautz Panoramica Haritz Eizagirre Panorámica de Zarautz. ©Haritz Eizagirre / Turismo de Zarautz.

En la costa guipuzcoana, Zarauz se despliega con su playa interminable, una de las más largas del Cantábrico, donde el surf es parte de la vida cotidiana. El paseo marítimo conduce a un casco antiguo lleno de historia, con palacios, conventos y la iglesia de Santa María la Real. Muy cerca, el monte Talai Mendi ofrece una de las mejores vistas de la bahía. Zarauz, además, es vecina de Getaria, lo que permite al viajero una escapada combinada entre mar y tradición pesquera.

La mesa zarauztarra es un regalo: parrilladas de pescado fresco, el célebre rodaballo a la brasa o las kokotxas de merluza en salsa verde. Perfectas compañías para el txakoli, el vino blanco local, que vive una particular edad de oro en la actualidad, incluyendo propuestas enoturísticas por toda la costa guipuzcoana.

De Zarauz no te pierdas la novedad de Taberna Masta, un local abierto hace apenas tres años que plantea un regreso a los orígenes, reivindicando las casas de comidas en torno al buen trato al producto y una dosis de creatividad bien medida.

Cuenca (Castilla-La Mancha)

Cuenca

Colgada entre las hoces del Júcar y del Huécar, Cuenca es una ciudad que parece desafiar a la gravedad. Sus famosas Casas Colgadas, asomadas al abismo, son la imagen más icónica, aunque su casco histórico entero, declarado Patrimonio de la Humanidad, guarda rincones únicos: la catedral de estilo gótico anglonormando, el puente de San Pablo o el Museo de Arte Abstracto Español. Pasear por sus calles empinadas es descubrir una ciudad que equilibra tradición e innovación.

La gastronomía conquense es contundente y sabrosa: el morteruelo; los zarajos; el ajoarriero, elaborado con bacalao y patata; o el alajú, postre de miel y nueces, son imprescindibles en cualquier mesa conquense. Sin embargo, Cuenca no se queda anclada en el pasado al hablar de la mesa.

Dos referencias imprescindibles, encabezas por el chef local Jesús Segura, brillan en la parte vieja de la ciudad como son Casas Colgadas y Casa de la Sirena. El primero de ellos, con estrella Michelin, es un refugio culinario de identidad y sabor; el segundo, algo más clásico, otro baluarte para comer bien en la capital conquense en cualquier momento del año.

Conil de la Frontera (Cádiz, Andalucía)

Conil de la Frontera

Blanco y luminoso, Conil de la Frontera es uno de los pueblos más encantadores de la costa gaditana. Su casco antiguo, de calles estrechas y casas encaladas, mantiene el aire andalusí, mientras que sus playas, como la de los Bateles o la de la Fontanilla, son auténticos paraísos atlánticos. Los atardeceres desde la playa de los Castillejos o desde las calas de Roche son de los más espectaculares de la costa andaluza.

Conil es tierra de atún rojo, preparado en múltiples versiones: encebollado, en tartar o a la plancha. A ello se suman las frituras de pescado y los guisos marineros, que convierten la visita en una experiencia gastronómica inolvidable. Comer bien aquí es sencillo, desde sus bares hasta sus restaurantes de moda. Como muestra, algunos hitos como Venta Pericón, Venta Melchor o el Bar Los Hermanos.

Olite (Navarra)

Olite

En el corazón de Navarra, Olite sorprende con un perfil medieval que parece sacado de un cuento. Su gran joya es el Palacio Real, una fortaleza-palacio del siglo XV que fue residencia de los monarcas navarros y que hoy se alza como uno de los conjuntos góticos más impresionantes de España.

Pasear por sus murallas, torres y salones transporta al viajero a otra época, mientras que el casco antiguo, con calles empedradas y casas solariegas, conserva un aire señorial para uno de los pueblos más bonitos de Navarra.

La tradición vinícola de Olite es también protagonista: la localidad es capital del vino navarro y ofrece bodegas donde degustar tintos y rosados junto a platos típicos como las pochas con chistorra, el cordero al chilindrón o las verduras de la huerta navarra, todo un referente gastronómico.

Trujillo (Cáceres, Extremadura)

Trujillo

Con su imponente plaza Mayor como centro neurálgico, Trujillo es un viaje al Siglo de Oro español. Presidida por la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, la plaza está rodeada de palacios renacentistas que recuerdan la riqueza traída de las Indias.

El castillo, de origen árabe, domina la ciudad desde lo alto, ofreciendo una panorámica que abarca la llanura extremeña. Trujillo es también lugar de rodajes y escenario de producciones históricas por su atmósfera intacta. Además, desde aquí puedes extender la escapada y hacerla más natural si te acercas al Parque Nacional Monfragüe, una de las grandes cunas del buitre leonado.

Ya en la mesa, Trujillo habla de cabras y corderos, de migas y de embutidos ibéricos, donde incluso vemos restaurantes que van más allá como el caso de Alberca o, ya saliendo de la ciudad, pero en el cercano pueblo de Miajadas –una de las capitales del tomate español– aparece el hotel Finca La Desa con una gastronomía localista y de producto que también merece guardar en el radar.

Aranda de Duero (Burgos, Castilla y León)

Aranda de Duero

En plena Ribera del Duero, Aranda de Duero es una villa que combina historia, tradición vinícola y una animada vida gastronómica. Su casco antiguo guarda joyas como la iglesia de Santa María la Real o San Juan, mientras que bajo sus calles se esconde un sorprendente entramado de bodegas subterráneas medievales que se pueden visitar. El río Duero y sus paseos verdes aportan serenidad a esta ciudad que ha sido, en varias ocasiones, sede de la exposición Las Edades del Hombre.

Un clasicismo que luego se traslada a una mesa en la que se rinde pleitesía al cordero, ya sea desde el lechazo asado de restaurantes como Casa Florencio o El Lagar de Isilla hasta las tentaciones en forma de chuletillas a la brasa. Con algo más de modernidad, pero sin perder de vista el reflejo clásico, apúntate una dirección infalible: Cumpanys Casa de Comidas.

Santander (Cantabria)

Santander

Elegante y marinera, Santander es una ciudad que se abre al Cantábrico con playas como la del Sardinero, escenario histórico del veraneo aristocrático, o la de la Magdalena, frente a la península del mismo nombre que guarda el palacio real.

El centro histórico invita al paseo entre mercados, cafés y plazas, mientras que el Centro Botín, junto al mar, aporta un aire contemporáneo y cultural a la ciudad. Los atardeceres desde el faro de Cabo Mayor son de los que se graban en la memoria.

La gastronomía santanderina refleja el mar y la montaña que la rodean: rabas crujientes como aperitivo, marmita de bonito, cocido montañés o quesos de la región en una ciudad que invita a 'ir de blancos' desde el Sardinero a la Plaza del Cañadío.

Almuñécar (Granada, Andalucía)

Almunecar Panorámica del paseo marítimo de Almuñécar. ©Visit Almuñécar.

En la Costa Tropical granadina, Almuñécar combina playas bañadas por un clima suave todo el año con un legado histórico que sorprende. Su casco antiguo conserva huellas romanas y árabes, con el castillo de San Miguel como testigo de siglos de historia.

El Parque del Majuelo, con sus restos de una factoría romana de salazón, se convierte en un espacio único donde arqueología y vegetación tropical conviven en armonía.

La cocina local apuesta por pescados y mariscos frescos, espetos junto al mar y tropicalidad en la mesa gracias a los frutos autóctonos como la chirimoya, el mango o el aguacate. Una fusión de sabores mediterráneos y tropicales que hacen de esta escapada un destino diferente en Andalucía.

Imágenes | iStock / Visit Almuñécar / Zarautz Turismo

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